teoría de krisckkerberg
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El descubrimiento de América: lo bueno y lo malo del encuentro de dos mundos
Cristóbal Colón nunca imaginó que se convertiría en una de las figuras históricas más importantes de la humanidad tras partir del Puerto de Palos en 1492. En su búsqueda de una nueva ruta marítima hacia la India, y tras varias semanas de navegación, finalmente el 12 de octubre de ese año avistó tierra y ocurrió uno de los hechos que cambiarían al mundo hasta ese entonces conocido: el descubrimiento de un nuevo continente que más tarde sería conocido como América.
No sólo se trató del descubrimiento de una nueva extensión territorial en el mundo, sino también del mayor cruce de personas, ideas, lenguas y cultura; una transferencia en dos direcciones que cambiaría la faz del mundo haciéndolo más extenso y estrecho a la vez.
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1) Tratando del problema del sujeto y del objeto, Simmel observa certeramente que a la estructura de la facultad cognoscitiva del hombre se le hace posible la visión del producirse de nuevas formas sólo «partiendo de una dualidad (o, en general, de una pluralidad) de elementos originales activos.» En cambio, resulta menos afortunado cuando parece querer explicarse el continuo vaivén entre el monismo y el dualismo, entre la estéril unidad y la fertilidad cognoscitiva de la pluralidad, merced ala existencia de los dos sexos; es decir, tal duplicidad vital penetraría -según Simmel- nuestro ser hasta elevar el dualismo a categoría fundamental de nuestras ordenaciones espirituales, constituyendo lo que denomina «pluralismo orgánico». Pero en el problema general que plantea la realidad de la interacción no se trata de buscar una explicación biológica del pluralismo, sino de verificar objetivamente cómo se desplaza el significado de este pluralismo según qué constante unifique la conceptuación física. Por eso. la sugerencia de M. Beck, de un retorno a la concepción de la idea de «fuerza» propia de la filosofía medieval, supone también desconocer este desplazamiento del pluralismo en función del desplazamiento de las nuevas constantes establecidas, en este caso por la ciencia física, Desconocimiento que se revela, particularmente, en cuanto, para él, dicho retorno significa sustituir la «superstición moderna» de centros de energía por esencialidades no desvinculadas de las determinaciones estáticas en que las fuerzas se hacen eficientes.
Por otra parte, cuando se generaliza la representación de campo a la biología y se elabora como lo hace A. Gesell, una teoría de la «continuidad jerárquica», entendida en el sentido de aspirar a establecer una relación unitaria entre lo viviente y lo inanimado no se supera lo puramente metafórico. De hecho, la individualidad biológica conserva su identidad, irreductible a dicha continuidad jerárquica, y, en rigor, el ahondamiento en el objeto no ha avanzado un paso en virtud de tal artificiosa categorización jerárquica. Véase su obra Embriología de la conducta, págs. 241-245, Buenos Aires, 1947.
Véase en la obra de Lewis Munford Técnica y civilización, el capítulo «La luz y la vida», donde se refiere a la función de la luz en lo que denomina el «mundo neotécnico»; tomo I, págs. 440 y ss., Buenos Aires, 1945.
El antropólogo Walter Krickeberg considera como uno de los elementos de la cultura del Amazonas y del este del Brasil, la pintura del cuerno con urukú (rojo); véase su Etnología de América, págs. 175 y 184, México, 1946. En un estadio de civilización más alto y diferenciado, pueden señalarse también estas preferencias de colorido. Así, Morley, al describir el tejido de los antiguos indios de Guatemala y de los mayas, dice que acaso «el más preciado de todos los tintes indígenas era el color púrpura profundo»
Por de pronto -continúa Ratzel- al describir la configuración geográfica de África-, le es imposible crear o conservar en el desarrollo de la civilización aquellos contrastes que la naturaleza ha negado a su propio suelo: no vemos en él esas vallas que a las emigraciones oponen por ejemplo los Andes y las cordilleras en los países bajos; ningún contacto íntimo entre una exuberante fertilidad que impulsa a la agricultura y una pobreza de suelo y rudeza de clima que favorecen el nomadismo, como lo encontramos en la India y en la China por un lado y en la Mongolia y en el Tíbet por otro. El África tiene sus desiertos, pero éstos sólo en parte pequeña son habitables, y por ende no pueden ser teatro de hechos históricos. Sus estepas, que hubieran sido propias para fomentar pueblos nómadas errantes y conquistadores, por el estilo de los mongoles, son de extensión muy reducida, y constituyen simplemente el borde de los desiertos y el punto de transición de éstos a los países selváticos. (Las razas humanas, Barcelona, 1888, p. 61. tomo I. La cursiva es nuestra).
Por lo que respecta a la crítica del concepto abstracto de montañés, véase la obra ya citada de L. Febvre, págs. 262-264. «La verdad es que no existe -escribe- una especie de unidad de la montaña que se halle constantemente en todas las partes del Globo en que se encuentren relieves montañosos. Lo mismo que una unidad de meseta o una unidad de llanura.»
2) Walter Krickeberg (1885-1962) fue un etnólogo americanista y antropólogo alemán que inició su carrera en 1906 como asistente de investigación en el Museo Etnográfico de Berlín, del que posteriormente sería nombrado director y que fue su afiliación académica hasta su retiro en 1954
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