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Según me contó mi abuela, entre los 3 y 4 años, durante una comida familiar no se me ocurrió otra cosa que desaparecer en un descuido de los mayores. Buscaron por todas partes:detrás de las puertas, debajo de las camas... A lo largo de toda la casa ¡y nada!.
Me llamaban una y otra vez, yo no les contestaba. Según pasaba el tiempo más nerviosos se ponían.
Sin más, el perrito de mi abuela se colocó junto a la cortina. Y allí estaban mis piececitos a la vista. Lo que para ellos fue un susto, para mí era jugar al escondite.
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