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Nuestro país está conformado por amplias expresiones indígenas y constituyen cada una de ellas un amplio universo cultural. Gastronomía, idioma, música, rituales… e indumentaria.
La vestimenta no sirve únicamente para cubrir el cuerpo y protegerlo del medio ambiente. Éste transmite mensajes de la persona que lo lleva, utiliza un código que sólo conocen los miembros del mismo círculo social de aquél quien lo porta, y de aquéllos quienes comparten el mismo entorno comunitario.
La indumentaria es una expresión significativa, y algunos pueblos indígenas al ser presas de la discriminación, han dejado de usarlo. Sin embargo, existen otras que lo portan orgullosos, o bien lo utilizan sólo para las ocasiones especiales como bodas o fiestas patronales. Es en sí una especie de armadura que significa un rasgo fundamental de identidad cultural.
Antes de la conquista, el conocimiento textil era rudimentario extraído del ixtle y del algodón, y ha sido desde siempre una labor femenina que representa la creación y la vida.
A la fecha, los instrumentos para hilar y tejer en algunas regiones son similares a los que utilizaban los antiguos pobladores de Mesoamérica: el telar de cintura, el de estacas y el huso o malacate. Las técnicas de tejido son también semejantes y la gama de posibilidades que hay para entrelazar los hilos y agregar otros, se demuestra en la variedad de texturas de la indumentaria indígena.
Huicholes, triquis, tsotsiles, mayas, purépechas, chinantecos… Tan solo mencionarlos pueden venir a nuestra mente las coloridas indumentarias de estos grupos. Pero esta indumentaria ha cambiado al paso del tiempo. En el siglo XVI, los españoles introdujeron en el mundo mesoamericano una serie de innovaciones textiles. De particular importancia fueron: la cría del gusano de seda y la introducción del ganado lanar, que trajo por consiguiente el uso de la lana y los instrumentos de trabajo como el telar de pedal.
Aunado a esto el empleo de las agujas de metal, hilos, tijeras, telas industriales y adornos, contribuyeron a una gran transformación de las prendas de vestir, especialmente las de la mujer yucateca, la michoacana y la oaxaqueña.
A mediados del siglo XVII se establecieron 20 familias tlaxcaltecas en la ciudad de Saltillo, que fueron las que iniciaron un taller de tejido que dio por resultado el famoso sarape de Saltillo el cual, junto con el de San Miguel el Grande, San Luis Potosí, fue de los más renombrados del país en el siglo XVII. Con el tiempo el sarape derivó en el jorongo, el gabán y el cotón.
Actualmente, las telas de manufactura han inundado los mercados regionales y locales, donde se proveen las mujeres indígenas para confeccionar sus prendas de vestir. El bordado se considera un arte.
En la época actual, como en el México antiguo, existen prendas de vestir elaboradas de manera particular para personas que ocupan un puesto destacado en un poblado, fundamentalmente en la organización religiosa. Esta costumbre es compartida por shamanes, curanderos o brujos y por algunas autoridades civiles, quienes también usan vestidos y accesorios especiales para desempeñar sus cargos.
Otro rasgo de la indumentaria es el símbolo de los bordados. Las mujeres triquis, por ejemplo, inician el bordado de sus huipiles desde niñas y cada año que pasa le añaden una línea de bordado más y en cada una de ellas le imprimen vivencias, experiencias y otros significados, de tal manera que se puede leer la vida de una mujer triqui a través de su huipil.
Explicación:
por que si