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La Edad Media fue uno de los períodos más oscuros en la historia de la humanidad. Caracterizado por la violencia, la irracionalidad y el deterioro; el profundo estancamiento de la época medieval se desarrolló durante unos 1000 años, aproximádamente entre los siglos V y XV. Las preocupaciones del ser humano estaban vetadas únicamente al campo de lo divino, el Hombre creía que su breve existencia debía ser dedicada a Dios y especialmente a la institución de la iglesia, lo cual significó enormes desigualdades, sangrientas conquistas y todo lo que ya bien sabemos.
El aplastapulgares
Ésta es una de las máquinas de tortura más simples y antiguas que existen. El aplastapulgares, como no es difícil imaginar, es un dispositivo de hierro mecanizado que se colocaba en la mano y que la iba mutilando gradualmente. El mismo se podía ir regulando para aplastar y destruir primero las uñas, luego los dedos, los nudillos y si así se deseaba, finalmente la mano entera.
Clásico de clásicos, la doncella de hierro es posiblemente la máquina de tortura más popular que existió y también una de las más aterradoras. La dama o la doncella de hierro consistía en una gran estructura de metal, con rostro de mujer, similar a un sarcófago; ésta estructura era hueca y cabía una persona dentro, pudiéndose colocar en forma vertical. Dentro, la parte frontal tenía 8 grandes, filosas y mortales púas que penetraban fácilmente la carne de quien se colocaba allí.
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El potro
Tristemente, «el potro» fue una de las máquinas de tortura más conocidas de la Edad Media. Su sencillez, su facilidad de construcción y, finalmente, su efectividad a la hora de lograr que el reo confesase (o dijese al pie de la letra lo que los inquisidores querían escuchar) hizo que fuera una de las máquinas más famosas durante aquella época. Y no solo en el ámbito religioso. «Se llamaba así al caballete o potro triangular sobre el que se ponía a los acusados que no querían confesar. El potro era empleado también por la justicia ordinaria en la aplicación del tormento», explica la escritora del S.XIX Irene de Suberwick en su obra « Misterios de la Inquisición y otras sociedades secretas de España».
El aplasta pulgares
El aplasta pulgares era un instrumento metálico en el que se introducían los dedos de las manos y los pies. A continuación, mediante un tornillo se le daban varias vueltas hasta que los apéndices acaban totalmente destrozados. Tenía un origen veneciano y la mayoría de los textos lo definen como un utensilio sencillo, pero sumamente doloroso
El tormento del agua
El conocido como tormento del agua era uno de los más imaginativos. Su utilidad era tal que, en la actualidad, algunas agencias de inteligencia lo siguen utilizando. Contaba con varias versiones, pero la más básica consistía en tumbar a la víctima sobre una mesa, atarle las manos y los pies, taparle las fosas nasales (en la mayoría de los casos) y, finalmente, introducirle una pieza de metal en la boca para evitar que la cerrase bruscamente. A continuación, y tal y como señala Muñoz en su obra, se le metían «ocho cuartos de líquido» por el gaznate. La sensación de ahogamiento era insoportable y, en muchas ocasiones, hacía que la víctima se quedase inconsciente. «La muerte usualmente ocurría por distensión o ruptura del estómago
La pera vaginal, oral o anal
Como su propio nombre indica, este instrumento de tortura tenía forma de pera (estrecho en una punta y ancho en la otra) y se introducía en la boca, la vagina o el ano de la víctima. La oral se aplicaba a «predicadores heréticos y reos de tendencias antiortodoxas» la vaginal a las mujeres culpables de «relaciones con Satanás o con uno de sus familiares» y la anal a los «homosexuales pasivos». Una vez en el interior, comenzaba el suplicio, pues se abría mediante un tornillo generando un dolor inmenso en el preso.
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