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La expansión también fue empujada por la intensificación del comercio entre las ciudades italianas y Flandes. El punto obligado de escala fueron los puertos portugueses, que crecieron en importancia. Con el apoyo de los regentes de la casa de Avis, sus navegantes exploraron minuciosamente el Atlántico bordeando Africa, otro mundo totalmente nuevo: el Atlántico se convirtió en importante centro de actividad comercial. En 1471, los portugueses lograron la "hazaña" de traspasar el Ecuador, y en 1487 Bartolomé Días, dobló el Cabo de las Tormentas, en el extremo sur de Africa. El comercio con Oriente, que buscaba tapices, sedas, perfumes, metales, piedras preciosas y especias fundamentales para la conservación de los alimentos, quedó abierto mediante la circunnavegación del continente africano.
Mientras el expansionismo inundaba la conciencia de algunas naciones, en otras se rompía con la tradición monárquica medieval: aparecieron y se consolidaron los primeros estados nacionales. Hasta entonces el poder del rey estaba supeditado a la nobleza y limitado por el alto clero, cuando no se encontraban los reinos atomizados en numerosos feudos independientes. Ahora las monarquías entraban en una etapa de centralización del poder. Uno de los primeros casos lo protagonizó Castilla, el reino más grande y poderoso de la península ibérica. Desde la formación de una conciencia nacional, buscó la unión con Aragón y Cataluña, lo que se concretó con el matrimonio de Fernando e Isabel en 1469. En adelante, su política fue la confiscación de tierras, la creación de un ejército y la limitación de los derechos de las ciudades. Así se consolidó el poder real en la Península, se controló el poder de los señores feudales y se ejerció presión sobre los reinos más pequeños y débiles. La fase final sobrevino a partir de 1480, cuando se adelantó la guerra contra Granada, último reducto del Islam en España.
La predicación de una cruzada contra "herejes" musulmanes y judíos, a finales del siglo XV, afianzó la conciencia nacional. Los reyes contaron con el apoyo del papado, que para combatir más eficazmente a los enemigos comunes instaló la Inquisición en España, en 1478. Su importancia fue grande: dio un sentido religioso a la reunifícación, que finalizó en 1492 con la expulsión de moros y judíos. Con este acto, España abrió dos caminos a las pretensiones expansionistas de la nueva monarquía: Africa, tras la derrota de los musulmanes, y el interior de Europa. Meses más tarde se sumaría un tercer camino inesperado: las Indias Occidentales. En principio, se prefirió la expansión sobre Europa, centrando intereses sobre Italia, donde Aragón poseía Sicilia, Cerdeña y el reino de Napóles. El obstáculo fue Carlos VIII de Francia, que tenía la misma ambición.
Francia estaba en posición de disputar la hegemonía con España, porque también a finales del siglo XV se consolidó como potencia. Terminada la guerra de los Cien Años contra Inglaterra en 1453, Francia había quedado devastada, arruinada en su comercio y con varios ducados en manos de señores feudales, que no querían someterse a la autoridad del rey. Luis XI inició la unificación al conquistar el feudo rebelde más importante: el de Carlos el Temerario, duque de Borgoña. La victoria le permitió anexarse también el Artois, la Picardía y el condado Franco. Después, mediante herencias, logró el Maine, Anjou y Provenza. Paralelamente desarrolló un comercio interior y exterior que beneficiaba la Corona y también a la burguesía, que le había prestado apoyo. Más tarde se incorporó la ciudad de Marsella, el trampolín para iniciar la conquista de Italia y del Mediterráneo.
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