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“La literatura está hecha de palabras, estas palabras, en sí mismas, no sólo expresan
significado directos. En ellas pueden manifestarse el prejuicio, el desprecio a la insolencia.
Llamar ídolo o demonio a un dios es quitarle todo su poder. Pero, más allá de esto,
destronar a los dioses equivale menospreciar a las personas que creen en esos dioses. Sólo
que se menosprecio, como ocurría en buena parte con las culturas precolombinas, no
significa necesariamente la destrucción definitiva de los pueblos vencidos.”
En gran medida, las crónicas de la Conquista son el testimonio de la abolición de una cultura
y de la instalación de otra. Esta última cultura era nueva en todo el sentido de la palabra,
pues, aunque se expresara en viejas lenguas europeas (castellana – portuguesa), surgió otra
lengua que la sustituyó y con la que se denominaron fenómenos nuevos.
Pero no sólo fue el castellano o el portugués los que sufrieron modificaciones al convertirse
en las lenguas de América Latina. El descubrimiento trajo consigo, además, importantes
cambios en la cultura europea: la ciencia, la política, la religión, la vida cotidiana,
experimentaron grandes transformaciones al quedar prácticamente demostrado la redondez
de la tierra; y si a los indígenas los asombraron los caballos, los europeos quedaron
deslumbrados ante el colorido de las guacamayas o la gracia de las llamas, así como por el
sabor del maíz, el tomate, la piña o el tabaco.
Primero, ante la naturaleza, es Colón quien fascinado registra en su diario las maravillas del
paisaje conformado por plantas siempre verdes, flores de todas las formas y colores,
animales exóticos y los propios indígenas de las Antillas. Ellos recibieron pacíficamente a los
extranjeros y, con su desnudez y su aparente inocencia, alimentaron la idea medieval de la
existencia verdadera de un perdido paraíso terrenal.
Luego, Hernán Cortés en México y uno de sus soldados, Bernal Díaz de Castillo, elogiarían
en sus escritos la monumental belleza de la ciudad de Tenochtitlan y los adelantos técnicos
de la civilización azteca, poseedora de un saber extraordinario en lo relacionado
particularmente con la astronomía, la organización social, la arquitectura de la ciudad y el
arte.
Estos acontecimientos inspiraron las obras de los intelectuales y artistas del Renacimiento,
llegando a idealizar el paisaje de América y la vida de los indígenas en libros como Utopía de
Tomas Moro, o la araucana de Alonso de Ercilla. Pero, por encima de todo, América se
convirtió también en el continente de los metales preciosos, de las esmeraldas y, ya más
adelante, en la posibilidad de enriquecimiento a través de la explotación agraria que
descansa en el trabajo de los indios.
El resultado de esto fue la destrucción de ciudades enteras. Lo que guío a los conquistadores
fue la búsqueda de oro, plata y riquezas en general, tras las cuales corrían dejando en un
lugar secundario cualquier otra consideración.
De allí que no tuviera reparo en demoler las edificaciones centenarias de ciudades como
Tenochtitlán o Cuzco y en asesinar los líderes de estos pueblos
Explicación: lo que encontre, espero que te sirva
Respuesta:
Las crónicas coloniales desde América: aproximaciones y nuevos enfoques
Las crónicas coloniales desde América: aproximaciones y nuevos enfoques
Coordinado por Valeria Añón y Clementina Battcock
UN POCO DE HISTORIA
En principio, existe acuerdo en que la crónica puede ser caracterizada, en buena medida, como una narración que fija y preserva en papel los hechos históricos que la memoria humana no podría guardar. Su objetivo es permitir, mediante su lectura, que quienes no han atestiguado lo que en ella se describe -sean éstos coetáneos o generaciones futuras- logren enterarse de los sucesos acaecidos en el pasado.1
Ya a partir del siglo XVI, en la corte española se designaba específicamente a un funcionario para escribir la historia de la monarquía: se trataba del cronista o "coronista" real. Desde luego, realizaba su labor por encargo, y su mandato era conservar y enaltecer la memoria