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He intentado establecer algunas semejanzas y diferencias entre los dos SUR, analizados desde los recientes pensadores de la postcolonialidad: el que representa al indio multirreligioso y al latinoamericano cristiano, al mestizo racial y al cultural, al dominado por el moderno imperio británico y por el tradicional imperio español; aunque ambos subalternos se igualen ante la mirada occidental por ser, ambos, representantes de la "otredad", a la misma distancia, pero de manera distinta del proyecto cartesiano.
Una de las más notorias diferencias es la disímil intención final de las propuestas intelectuales de unos y otros.
Chatterjee, por ejemplo, habla de los graves y reales problemas políticos de la postindependencia de su país. De los conflictos entre partidos y tendencias políticas, la separación de Pakistán (un grave error de la política colonial inglesa), del significado del concepto de ciudadanía, y sobre todo de la construcción de una sociedad democrática en un contexto cultural no democrático. En mi opinión, los estudios postcoloniales indios plantean desde su inicio una cuestión política de fondo: las críticas a la sociedad liberal, que no siempre es universalizable al resto del planeta. Escribe Chatterjee:
Argumentaré que la vieja idea, canonizada por la Revolución Francesa, de la soberanía popular y de un orden político y legal basado en la igualdad y en la libertad, ya no resulta adecuada para la organización de las demandas democráticas. En estos años vienen emergiendo nuevas formas de organización democrática, muchas veces contradictorias con los viejos principios de la sociedad civil liberal. Si bien se encuentran todavía de manera fragmentaria, incipiente e inestable, esta emergencia reclama de nuestra parte nuevas concepciones teóricas, que sean apropiadas para describir las formas de la política popular en la mayor parte del mundo (2008: 88).
Por otro lado, y más allá de la paradoja anterior (democracia liberal sí, democracia liberal no), para Chatterjee la postmodernidad no afectó en India de modo tan radical como en Occidente en el sentido de dar por superado el proyecto moderno, pues este mantuvo vigencia en su país, tanto como el propio capitalismo. Chatterjee comprende la necesidad de mantener más allá de las especificidades de la India ciertas formas de la modernidad ineludibles para alcanzar el desarrollo económico y social.
¿Qué política moderna podría haber existido completamente al margen del capitalismo, de la maquinaria del Estado y de las matemáticas? [...]. En nuestros días no creo que resulte productivo tratar de restablecer este marco político utópico. O mejor dicho, no creo que ésta [la utopía] sea una opción disponible en el mundo postcolonial (2008: 85).
En cambio, en América Latina, las soluciones utópicas se han mantenido antes y después de la postcolonialidad, haciendo política a veces más cerca de los discursos culturales que desde la realidad social, muchas veces transformada en metáforas, como en el caso de los populismos de derecha e izquierda o en las oposiciones elitistas conservadoras a las necesarias reformas económicas y sociales del presente.
Pero al mismo tiempo Chatterjee nos asegura que lo que fracasó fue la Unión Soviética y no el comunismo dejando abierta la puerta para nuevas estructuras de organización social en los países del Tercer Mundo. Chatterjee, se esfuerza por encontrar soluciones reales en un mundo real y con un lenguaje real:
Parece que la historia ya hubiese decretado que nosotros, en el mundo postcolonial, deberíamos ser solamente unos consumidores perpetuos de la modernidad. Europa y América, los únicos sujetos verdaderos de la historia, habrían elaborado ya, en nuestro nombre, no sólo el guión de la Ilustración y la explotación colonial, sino también el de nuestra resistencia anticolonial. Y también el de nuestra miseria postcolonial. Incluso nuestras imaginaciones deben permanecer colonizadas para siempre (2008: 92).
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que se separaba en trece colonias y las trece colonias fueron hechas por los británicos y la nueva España por los españoles