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Respuesta:
Mientras algunos se alimentan, se reproducen e incluso duermen en el agua, como las ballenas y los delfines, otros pasan algún tiempo en tierra firme, como las focas.
Aunque existen numerosos mamíferos que tienen una relación directa con el medio acuático, solo unas 200 de las 5.000 especies existentes han adaptado aspectos fundamentales de su fisiología para vivir y alimentarse en el agua. En esta lista se incluyen animales semiacuáticos tan diversos como la nutria –capaz de nadar a gran velocidad–, el ornitorrinco –que tiene patas palmeadas–, el hipopótamo –cuya cópula y parto los realiza sumergido– o el castor –con su cola con forma de pala–, pero también otros que desarrollan su vida exclusivamente en el agua, como es el caso de los cetáceos –ballenas y delfines– y los sirenios –manatíes y dugongos–. En un punto intermedio se sitúan los pinnípedos –focas y morsas–, cuyo cuerpo está totalmente adaptado a la vida marina todo y que pasan buena parte del tiempo en tierra firme.
Los tres grupos de mamíferos marinos citados evolucionaron a partir de un antepasado terrestre distinto. En el caso de los cetáceos, se cree que fue un artiodáctilo emparentado de forma lejana con los hipopótamos; en el de los sirenios, un proboscídeo hermano de los actuales elefantes; y en el de los pinnípedos, habría un ascendiente común con los osos y los mustélidos. La necesidad de adaptarse a la vida en el agua, sin embargo, hizo que las tres ramas evolutivas adoptaran características físicas similares en paralelo. Es lo que se conoce como evolución convergente.
Por ejemplo, dado que en el mar la gravedad es contrarrestada por la fuerza del empuje del agua, la mayor parte de estos animales aumentaron de tamaño de forma considerable –especialmente los cetáceos–. El cambio les permitió además acumular una mayor cantidad de oxígeno en el cuerpo y, consecuentemente, alargar el tiempo de sus inmersiones –hay que recordar que todos los mamíferos necesitan subir a la superficie para respirar–. Por otro lado, para reducir la resistencia del agua al movimiento, los mamíferos marinos adoptaron una forma hidrodinámica similar a la de los peces, acortaron sus cuellos, se quedaron casi sin pelo y convirtieron sus patas en aletas o pies palmeados. También experimentaron adaptaciones termorreguladoras –como gruesas capas de grasa para mantener el calor– y otras no tan evidentes, como la adecuación de los sentidos al medio acuático.
Mientras algunos se alimentan, se reproducen e incluso duermen en el agua, como las ballenas y los delfines, otros pasan algún tiempo en tierra firme, como las focas.
Aunque existen numerosos mamíferos que tienen una relación directa con el medio acuático, solo unas 200 de las 5.000 especies existentes han adaptado aspectos fundamentales de su fisiología para vivir y alimentarse en el agua. En esta lista se incluyen animales semiacuáticos tan diversos como la nutria –capaz de nadar a gran velocidad–, el ornitorrinco –que tiene patas palmeadas–, el hipopótamo –cuya cópula y parto los realiza sumergido– o el castor –con su cola con forma de pala–, pero también otros que desarrollan su vida exclusivamente en el agua, como es el caso de los cetáceos –ballenas y delfines– y los sirenios –manatíes y dugongos–. En un punto intermedio se sitúan los pinnípedos –focas y morsas–, cuyo cuerpo está totalmente adaptado a la vida marina todo y que pasan buena parte del tiempo en tierra firme.
Los tres grupos de mamíferos marinos citados evolucionaron a partir de un antepasado terrestre distinto. En el caso de los cetáceos, se cree que fue un artiodáctilo emparentado de forma lejana con los hipopótamos; en el de los sirenios, un proboscídeo hermano de los actuales elefantes; y en el de los pinnípedos, habría un ascendiente común con los osos y los mustélidos. La necesidad de adaptarse a la vida en el agua, sin embargo, hizo que las tres ramas evolutivas adoptaran características físicas similares en paralelo. Es lo que se conoce como evolución convergente.
Por ejemplo, dado que en el mar la gravedad es contrarrestada por la fuerza del empuje del agua, la mayor parte de estos animales aumentaron de tamaño de forma considerable –especialmente los cetáceos–. El cambio les permitió además acumular una mayor cantidad de oxígeno en el cuerpo y, consecuentemente, alargar el tiempo de sus inmersiones –hay que recordar que todos los mamíferos necesitan subir a la superficie para respirar–. Por otro lado, para reducir la resistencia del agua al movimiento, los mamíferos marinos adoptaron una forma hidrodinámica similar a la de los peces, acortaron sus cuellos, se quedaron casi sin pelo y convirtieron sus patas en aletas o pies palmeados. También experimentaron adaptaciones termorreguladoras –como gruesas capas de grasa para mantener el calor– y otras no tan evidentes, como la adecuación de los sentidos al medio acuático.