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Para evaluar a los revolucionarios y sus Revoluciones –con mayúscula– no basta recordar las causas-principios e ideología de unos y las causas-orígenes y antecedentes de las otras. Hay que ver y reconocer las consecuencias. ¿Qué vemos si nos preguntamos por las grandes consecuencias de las grandes Revoluciones? Esto: Revolución rusa: Stalin y el totalitarismo soviético. Revolución china: Mao y su fúnebre “revolución cultural”. Revolución cubana: Fidel y su dictadura. Revolución camboyana: Pol Pot y el genocidio del “año cero”. Revolución nicaragüense: Ortega y la corrupta “piñata” que formó el “bloque de empresarios sandinistas”. Revolución mexicana: el “maximato” y la hegemonía del priismo, el autoritarismo del priato. Revolución francesa: Robespierre, la guillotina, el Terror, y hasta Napoleón emperador. Ni muerte total y definitiva del capitalismo ni democracias “verdaderas” (u otra clase cualquiera) ni realización cabal de ideas e ideales del liberalismo. No todas las consecuencias son negativas pero la mayoría son errores, contradicciones, traiciones, sangrados, continuidades, más problemas y promesas incumplidas