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La hipótesis de Reinz fue publicada en el diario, pero Malturian, que desde hacía un tiempo se negaba a salir de su cuarto en el hotel Ancona, no respondió a las acusaciones. Solo reapareció cuando se incendió el teatro Gloria.
El fuego comenzó en la sala de máquinas y se extendió a las butacas. Los bomberos no podían entrar por temor a un derrumbe. Malturian, con su capa y su bastón, llegó hasta el cerco de los bomberos y trató de cruzarlo, pero los policías lo alejaron. Media hora más tarde la multitud lo vio, asomado a una ventana del teatro. Los bomberos acercaron una lona y le pidieron que saltara. Malturian mostró una galera, sacó de ella tres conejos y los dejó caer sobre la lona. El humo rodeó al mago. Unos minutos después el frente del teatro se derrumbó.
Los diarios comentaron con brevedad, cautela y verbos condicionales la muerte de Malturian. Entre las cenizas se encontró un cuerpo irreconocible.
En los días siguientes no se habló de otra cosa que de la nueva muerte del mago, y corrían las apuestas sobre su desaparición definitiva o su regreso triunfal. A la semana, otros temas ocupaban la imaginación de la gente, porque siempre hay nuevos personajes que suben a escena y que empujan a los viejos al depósito de utilería. Solo Reinz no olvidó. Cuando leyó un pequeño artículo publicado en Milán sobre la actuación de Malturian, le pidió a Prater que le permitiera viajar a Italia. Prater hizo que le entregaran el dinero para el pasaje y para un mes de comidas y hotel.
Cuando el plazo venció, llegó a la redacción un cablegrama en el que Reinz anunciaba que seguiría la investigación por sus medios. En el año siguiente, Prater comenzó a recibir las pruebas reunidas por Reinz: notas en distintos idiomas, declaraciones de testigos, fotos en las que Malturian aparecía demasiado delgado, o gordo, o con aspecto de árabe… En una fotografía tomada a la salida de un teatro su silueta parecía la de una mujer. Prater publicó todos los artículos de Reinz (y que eran, en esencia, un solo artículo escrito en el recurrente idioma de la obsesión). Si Prater publicó ese material, fue porque sabía que Reinz necesitaba el dinero, pero en realidad al público habían dejado de interesarle hacía mucho tiempo las hazañas de Malturian. Después la correspondencia se interrumpió.
Cada tanto algún colega se acercaba al escritorio de Prater a preguntar si tenía noticias de Reinz. El jefe de redacción respondía que había encontrado otro trabajo y que había abandonado hacía mucho la investigación. No le dijo a nadie que estaba seguro de que la investigación, llegaran o no informes, proseguía.
Pasó casi un año hasta que llegó al diario un nuevo envío. Era un sobre sin remitente; adentro solo había un aviso de un diario editado en alguna ciudad norteamericana. Malturian asomaba la cabeza de un barril, junto a las cataratas del Niágara. Prater leyó con dificultad el texto, saturado de adjetivos («sorprendente», «aterrador», «vertiginoso») y precisiones sobre la altura del salto y la velocidad de la caída. Aunque en la foto la cara de Malturian era borrosa, Prater adivinó en su expresión de inútil desafío los rasgos de Reinz.