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El paso del tiempo y la superposición del progreso van evolucionando la sociedad en sus recursos de ser más cosmopolita, pues, además de mejores medios de educación y cultura, existen muchas más posibilidades de viajar o el acercamiento del resto del mundo que facilitan los medios de comunicación. Las ciudades crecen y las relaciones posibles entre los ciudadanos aumentan, de tal modo que la sociedad parece que escala etapas de convivencia y solidez.
Esa imagen podría definir que la sociedad actual es mucho más madura que la de hace algunos siglos, pero cabe cuestionarse si esa apariencia de desarrollo contiene un afectiva madurez de los ciudadanos, que como sujetos de la sociedad son los que principalmente la definen en su calidad de ser, y no las infraestructuras o las formas que podrían enmascarar una más precaria actitud de las personas.
La madurez ciudadana representa la calidad del respeto de las personas hacia sus semejantes, porque es lo que facilita y valora la convivencia, desde su estructura profunda a la más superficial. Facilitar la vida a los demás, que es lo que la mayoría espera de vivir en sociedad, sólo se logra si cada persona progresa en percibir qué agrada, qué molesta y qué facilita la convivencia. Eso no lo proporciona la simple agrupación en urbes con mayores recursos, porque el bienestar social depende más de que los vecinos, con quienes realmente se comparte ámbito, no se incomoden mutuamente el sosiego deseado.
Contémplese, por ejemplo, que factores que inciden decisivamente en la calidad de vida ciudadana, como pueden ser la limpieza, el decoro y el ruido, de que sean o no preservados en atención a los demás, determinan favorecer o empobrecer la calidad de vida de los más próximos afectados. Conseguir hábitos que favorezcan esos cuidados no se logra en breve tiempo, porque la dificultad radica en que precisan una sensibilidad para detectar el influjo que tienen, que si no se posee no se percibe lo que se llega a molestar a los demás.
A veces la madurez ciudadana regresa, en vez de progresar, cuando los nuevos medios de consumo no se utilizan con la corrección apropiada. Además de las incomodidades del ruido o los olores que se pueden generar, está el saber valorar los consumos de energía y agua, para no gravar los gastos comunitarios ni mermar los recursos naturales. Tener conciencia común no vincula sólo a actuar ordenadamente cuando se está actuando colectivamente, sino también a la suma de voluntades por sostener una vida en común con el respeto debido de unos para otros. La suma de la madurez individual es lo que refleja una sociedad madura cuando ha de actuar conjuntamente.
El comportamiento en los estadios deportivos, en las manifestaciones, en los conciertos de música, en las aglomeraciones comerciales, que a veces tanto desdice de la madurez de una sociedad, es el reflejo de la inmadurez habitual de esos ciudadanos que no se esfuerzan en respetar a los demás. Es muy probable que haya comportamientos de rebeldía contra el sistema, pero se han de encauzar para mostrar que esa rebeldía no es contra los vecinos, sino, cuando así sea, contra las estructuras y deficiencias sociales y políticas de la comunidad. La violencia, el insulto, el desprecio, e incluso los simples prejuicios, no deberían dejarse desarrollar en la esfera social de la personalidad, porque inducen a que no se dé el respeto debido a aquellas personas alejadas del ámbito donde, por la proximidad, podría ser que se fuera más comedido en molestar.
Las ciudades, sean los centros urbanos como los barrios periféricos, por la concentración demográfica, favorecen que los ciudadanos vivan con mayor proximidad que en la vida rural, ello implica más posibilidades de molestarse, lo que debe ser evitado gestionándose desde la madurez individual, pues las leyes no pueden en todo sino sancionar la infracción cuando el perjuicio ya ha sido causado y sufrido. Hasta donde llegue el afinamiento de los ciudadanos hará que una comunidad de vecinos, un barrio o una ciudad sea más habitable.