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El sistema colonizador adoptado por los españoles fue esencialmente urbano: reminiscencia de la vieja frontera con el árabe, para el conquistador del quinientos colonizar era sinónimo de "poblar". Ventajas para sí mismos y para la Corona, razones de defensa, de agrupación de fuerzas y de continuidad con sus propias tradiciones institucionales lo determinaron a fundar núcleos de población y a convertirlos en centros desde los cuales partía la acción religiosa, gubernativa y económica.
Desde el punto de vista arquitectónico, mucho se discutió acerca del origen de la traza en damero que exhibe la gran mayoría de las ciudades, villas, lugares y pueblos novomundanos, hasta que se cayó en la cuenta de que, bajo la forma de campamentos o villas militares levantados durante la reconquista y el repoblamiento de la Península a la manera de los castra romanos, España guardaba una larga tradición al respecto. Este trazado se sustentaba, además, en la obra de algunos tratadistas, en especial del franciscano catalán Francesc Eiximeniç(1340-1409) quien en su enciclopedia titulada El crestiá proponía una ciudad cristiana cuya planta fuera cuadrada y cuyas calles se cruzaran ortogonalmente en un damero de manzanas regulares. Según la teoría mayoritariamente aceptada, Nicolás de Ovando, testigo de la toma de Granada y visitante habitual del campamento de Santa Fe, habría trasladado el patrón a América en la segunda fundación de la villa de Santo Domingo en 1502 y, a partir de aquí, se habría difundido, a veces con algunas variantes, por la América continental (ver ¨"Fundación de ciudades",Credencial Historia Nº 141, septiembre 2001).
Para la fundación de un sitio de españoles se seguía un ceremonial solemne impregnado de un fuerte contenido espiritual. Tras la toma de posesión del territorio en nombre de Dios y del rey, se procedía a fijar los términos y jurisdicción del núcleo urbano y se elegía el nombre que había de llevar y el santo patrono bajo cuya protección se colocaría. Luego se delimitaba la plaza principal en cuyo centro, como símbolo de la presencia de la justicia real, se instalaba el rollo o picota. Una cruz marcaba el solar escogido para la iglesia y otros se adjudicaban al Cabildo y demás edificios públicos. Al fundador correspondía el reparto de solares entre los primeros pobladores obligados, en un término determinado, a construir y poblar casa; la estructura social del núcleo se originaba, pues, en la hueste conquistadora, en tanto la jerarquía de cada uno y sus méritos en campaña determinaban la localización de la morada. Más tarde, la función de adjudicar los solares restantes se delegaba en el Cabildo.
La originalidad de la plaza mayor hispanoamericana residió en la concentración de poderes que la hizo centro indiscutido de la vida ciudadana. A ella se asomaban la habitación de la jerarquía eclesiástica y la iglesia principal que, en ocasiones sacralizaba el espacio al invadirlo con manifestaciones cultuales; el palacio de la máxima autoridad civil (virrey o gobernador), las oficinas públicas y las casas capitulares, que la tornaban punto de convergencia de los habitantes ante cualquier inquietud; las arcadas que solían albergar parte del comercio de las pequeñas urbes y los solares de los notables que daban fe de quiénes habían sido las figuras salientes de la reciente conquista. Cuando era menester, podía albergar también el mercado semanal o ser escenario festivo: convertida en plaza de toros o de juegos de caballos, o transformada, gracias a la arquitectura efímera, en el escenario de las juras reales, la plaza central ayudaba a los habitantes a sobrellevar la monótona cotidianeidad de las urbes coloniales.
Fuera de la traza urbana se extendían los "términos" (ejidos y dehesas) de cuyo producto se abastecían los habitantes de los núcleos poblados. Más lejos, en el área rural, se levantaban los pueblos de indios, cuyas tierras comunales comenzarán a ser apetecidas en la medida en que se produzca el aumento de la población ciudadana (cuyo consumo, además, sobrepasará la potencialidad de sus términos) y, paralelamente, la disminución de la población indígena rural.
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