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En este acto solemne debo manifestar el sentimiento que me embarga al verme honrado por la mayor distinción académica que una Universidad puede otorgar, título que sobradamente colmaría los anhelos de cualquier estudioso, y con el que como americanista ni siquiera hubiera soñado. Razón es, pues, señor Rector, que me sienta abrumado por la generosidad de que esta Casa de Estudios conmigo ha usado. Añade emoción a mis palabras el que en ella enseñe e investigue el profesor Alfredo Matus Olivier, a quien conocí en la hispalense Escuela de Estudios Hispanoamericanos en el ya lejano 1988, cuando entre nosotros fraguó una amistad que se haría fraterna, motivo y regalo de mis repetidas visitas a una Casa de Bello, donde más que dar lecciones yo he aprendido mucho, de Chile y de América.
Siempre me atrajo, además, la señera figura de don Andrés Bello, gigante de la cultura americana del siglo XIX, fundador y primer rector de la Universidad de Chile, preocupado por la educación como medio de elevar el nivel social del pueblo y el progreso de la nación. De sobras conocido es su papel normalizador de la lengua en el nivel culto y su empeño en el mantenimiento de la unidad del español. En su discurso inaugural, para "el programa de la universidad en la sección de filosofía y humanidades" apunta esta convicción suya: "el estudio de nuestra lengua me parece de una alta importancia". Pues bien, si, como dejó escrito Cervantes, "la pluma es lengua del alma", de gran nobleza lingüística fue la de Bello, cuyo influjo aún se siente vivo aquí.