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Los pueblos prehispánicos de la cuenca de México, como mexicas, toltecas y teotihuacanos, supieron convivir con el agua y la hicieron una parte fundamental de su vida productiva. Su sabiduría al respecto ofrece lecciones ante los problemas actuales en el uso del agua.
La cuenca de México
Situada en una región sísmica al sur de la altiplanicie mexicana e inclinada al suroeste, la cuenca de México está circundada por cordilleras que escurren el agua de las lluvias hacia dentro formando cinco lagos: Chalco, Xochimilco, Texcoco, Xaltocan y Zumpango. El de Texcoco es el más bajo, por lo que hacia él corrían las aguas, asentándose y formando líquidos salitrosos.
Toda la planicie lacustre está entre 2 mil 240 y 2 mil 270 metros de altitud. En el pasado, en tiempos de secas abundaron los pantanos y las ciénegas, mientras que en tiempos de lluvias los lagos alcanzaban bastante profundidad. Los puntos más altos de la sierra circundante llegan a 2 mil 750 y hasta 3 mil metros sobre el nivel del mar, con bosques ricos en árboles maderables.
De la prehistoria a las primeras aldeas (20000 a 250 antes de nuestra era)
El preclásico (2500 antes de nuestra era a siglo III de nuestra era)
En poco tiempo proliferaron las aldeas, y lentamente fueron mejorando sus experiencias y sus técnicas. Para 1 200 años antes de nuestra era, ya se relacionaban entre sí grupos bastante lejanos, sobre todo de la costa del Golfo y del occidente de México. A partir de entonces comenzó la diferenciación social, destacándose algunas familias de poder que manejaron poco a poco los excedentes de la producción agrícola y se encargaron de organizar la vida ritual, civil y religiosa. Con el tiempo se especializarían cada vez más en el manejo de los conocimientos científicos, religiosos, militares y técnicos, como el control del agua, monopolizándolos y formando diferencias sociales.
Para entonces, y hasta el año 300 antes de nuestra era, nacieron y crecieron muchas más poblaciones. No todas presentaron arquitectura de piedra, pero hablaremos de una que es interesante para nuestro tema del agua: Tlapacoya, un santuario en el lago de Chalco dedicado a las deidades del agua, los Tlaloque, cuyas representaciones (Figura 1) se encontraron en una serie de vasijas dejadas como ofrendas en las tumbas del interior del basamento religioso; éste no fue una pirámide típica, sino un adosamiento al cerro, de piedra cortada, sobre el cual resbalaba el agua de lluvia y de los manantiales. Tuvo un templo en la parte superior y tres tumbas muy ricas en su interior.
A Tlapacoya llegaban peregrinos por tierra y en canoas y, según las ofrendas encontradas, acudían sobre todo del occidente de México. A partir de este sitio tan antiguo se nota que las deidades del agua fueron merecedoras de cultos muy especiales, y sobre todo objeto de romerías que asistían de tierras lejanas. Este fenómeno continúa hasta nuestros días, porque nos toca vivir que cuando no llueve los pueblos organizan procesiones que atraviesan los campos de cultivo en forma de círculos o de zigzagueos, cargando las figuras sacras responsables de la lluvia.
El clásico (siglos III a IX de nuestra era)
Del siglo I al siglo III de nuestra era comenzó la expansión de Teotihuacan, que sometió a todos los pueblos de la cuenca, e incluso de lugares alejados, consiguiendo su hegemonía y constituyéndose en una muy grande e importante ciudad en la cual vivía gente de todas partes de Mesoamérica. Construyeron ductos subterráneos, con paredes de piedra y sellados con cal para llevar agua a diferentes sitios abiertos y conjuntos habitacionales; todo lo tapaban con lozas, y así aseguraban que el agua limpia, de lluvia, corriera sin basura y llenara depósitos para el uso diario. El agua desechada también corría por ductos subterráneos y salía a campo abierto para humedecer las tierras de cultivo. El crecimiento de la ciudad terminó con los bosques circundantes, y se sucedieron constantes sequías y cambios climáticos regionales, por lo que construyeron múltiples templos y altares a las deidades del agua. La Pirámide de la Luna, la segunda más grande, se dedicó a Chalchiuhtlicue, esposa de Tláloc, dios del agua (Figura 1), cuya efigie fue encontrada por los arqueólogos, rodada hacia uno de los lados del basamento. La gran calzada de Los Muertos, que atraviesa toda la ciudad, termina precisamente frente a la pirámide de Chalchiuhtlicue, y tenemos que pensar que era para comodidad de los peregrinos que venían a solicitarle agua de todas partes, sobre todo de pueblos lejanos, que dependían de la agricultura temporal o de lluvia.