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muchos
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A lo largo de los siglos XI al XIII, la sociedad urbana comenzó siendo una agrupación simple, espontánea o dirigida, de campesinos, artesanos y, en algunos casos, caballeros, vinculados social y económicamente al medio rural, pare ir ofreciendo una evolución hacia formas complicadas y heterogéneas que fueron inclinando el poder inicialmente comumal en favor de minorías oligárquicas de componente señorial, burgués o principesco. Por ello no se puede hablar de una sociedad unívoca y separada del resto mayoritariamente campesino, porque aparecen sociedades urbanas distintas según las diferentes características de las ciudades medievales. El panorama es, por tanto, muy dispar, pues en las ciudades de mayor o menor rango encontramos desde gente modesta a grandes mercaderes y hombres de negocios, desde residentes dependientes del poder señorial en los burgos hasta auténticos burgueses de libre condición, desde familias humildes hasta patricios encumbrados que forman estirpes dominadoras del poder económico y social. Pero la sociedad urbana es contradictoria y en su seno surgirán diferencias abismales que el mundo rural no había conocido, pues aquí las solidaridades serán más gremiales y corporativas que asistenciales, con el resultado del abandono, la miseria y la pobreza urbana, más dramática que la rural. Como recuerda G. Fourquin, desde el siglo XI el artesanado rural comienza a instalarse en la ciudad organizándose en oficios especializados, a la vez que se diversifica y llega a crear potentes sectores casi industriales (como sucede con el textil). En la mayor parte de los casos, los artesanos instalados en la urbe rompen los lazos señoriales y se entremezclan con quienes procedían de un estado libre, pero unos y otros se promocionan, actualizan sus técnicas y hasta se enriquecen; sobre todo cuando se integraron en corporaciones privilegiadas que llegaron a monopolizar sectores enteros de la producción y a controlar el mercado local o regional, compitiendo con los grandes mercaderes que copaban los mercados internacionales pero que chocaban en las ramificaciones comarcales con ellos. Poco a poco el numero de corporaciones profesionales fue aumentando hasta el caso de París, que contaba en el siglo XIII con 130 profesiones artesanas; aunque lo normal era que las ciudades se distinguiesen por alguna de ellas: zapateros en Ruan, tejedores en Colonia o peleteros en Estrasburgo. Profesiones en las cuales la división entre maestros, oficiales y aprendices estableció una jerarquía laboral que mantuvo rígidos esquemas de comportamiento y acceso pluriforme, y en el caso de los primeros cierta influencia concejil y municipal. Algunas corporaciones incluso formaron sociedades monopolizadoras de fabricados que, en el caso de ciudades del norte de Italia, como Florencia, constituyeron hasta siete grandes oficios, entre los que se contaba el llamado "arte di calimala" (de la lana y la seda), y que integraron el "popolo grasso" que dominaba la "Signoria" junto con los cinco "artes medios" y los siete "artes minores" a finales del siglo XIII. Pero la situación italiana era excepcional, porque en la mayoría de las ciudades europeas los artesanos verían dificultada su aspiración de acceso al gobierno municipal por los señores laicos o eclesiásticos, la autoridad regia y principesca o la burguesía del gran comercio y los negocios. En todo caso, lo que caracteriza a la sociedad urbana del siglo XIII, al final del proceso formativo, es su organización y estructuración en provecho de las minorías, ya fueran éstas oficiales, patricias o señoriales, mientras que las corporaciones artesanas proporcionaron fuerza militar y recursos en momentos de dificultades, así como una base social de defensa de sus intereses y cobertura de sus necesidades solidarias a través de cofradías y hermandades que compaginaban el carácter benéfico-asistencial con el gremial.