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a idea de autonomía como dato inherente al sistema artístico suele darse por sentado en tanto conquista básica del subsistema cultural moderno: en la instancia de la obra de arte, tanto el creador de una obra de arte como su eventual receptor estarían ante cierto momento de plenitud autorreferencial, una experiencia caracterizada por un valor específico y ajeno a la praxis cotidiana y sus pretensiones teleológicas concretas. Artistas, público, críticos formarían un subsistema bajo una misma órbita: ese indefinido tipo de placer espiritual que desde el siglo XVIII se deja describir como experiencia estética y que se autorregula según sus propias determinaciones.
¿Pero se trata de una victoria frente a la prevalencia de lo mítico-religioso, o de una capitulación frente a la división social del trabajo y la consecuente especialización del saber? En tiempos antiguos, el poeta pasaba por ser un profeta; en tiempos modernos, es crecientemente visto como un técnico, y es él mismo y sus validadores sociales quienes deben reinvestirlo de la dignidad perdida. En las últimas décadas, la categoría de "autinomía" se ha visto puesta en tela de juicio por las expectativas puestas en el arte y la literatura como prácticas excepcionales -si no redentoras- de la cultura occidental. Así, luego de haber sido un presupuesto cultural, la autonomía podría estar llegando a su fin revelándose como una falsa promesa y una mentira ideológica.
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