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Respuesta:
Algunas veces salgo a pasear por las calles de Madrid.
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales.
Guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios.
Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa.
No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles.
Pero también tuvimos ventajas.
De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico.
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