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Explicación:para la mayoría de los rusos, de tradición cristiana ortodoxa, el 25 de diciembre no es una fecha redonda, ya que el día de Navidad se celebra el 7 de enero. Pero hace un cuarto de siglo un hecho histórico llenó de significado este día. Mijaíl Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética y padre de la perestroika, dimitió, lo que puso punto y final, entre otras cosas, al imperio soviético y la guerra fría.
Gorbachov apareció en los televisores de los hogares soviéticos para comunicar a sus compatriotas que renunciaba al cargo de presidente de la URSS “por razones de principio”. Un día después el Sóviet Supremo de la URSS se disolvió y se adoptó una declaración por la que la URSS dejaba de existir. Gorbachov cedía al presidente de Rusia, Borís Yeltsin, parte de sus poderes, como el control de las armas nucleares.
Todavía hoy se debate si no habría habido otra forma de terminar con siete décadas de historia, en especial sin tener que dividir el Estado soviético en 15 nuevos países.
El último líder de la Unión Soviética, que hoy tiene 85 años, reclama que hizo todo lo que estuvo en su mano para mantener la URSS. “Recuerdo con dolor y amargura que la enterraron ante los ojos de la sociedad. Estuve actuando y llamando a mantener la unidad, como suele decirse, con espuma en la boca. Pero el pueblo se mantuvo callado”, ha dicho Gorbachov a la agencia Interfax.
En realidad, acuciado por la difícil situación económica, Gorbachov llevaba intentando introducir reformas durante seis años, desde que se convirtió en secretario general del Comité Central del PCUS, en 1985, y comenzó a popularizar términos como perestroika (reconstrucción) y glasnost (transparencia).
El espíritu de apertura de Gorbachov quedó de manifiesto en las relaciones con Occidente. Abrió una ventana que permitió contactos con el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, que culminaron con la firma en 1987 del tratado sobre armas nucleares de alcance intermedio; y con los países europeos que facilitaron la unidad de Alemania. En el aspecto interior, hay que destacar “el regreso de Andréi Sájarov del exilio y la libertad de presos políticos. Apareció un soplo de libertad”, recuerda Serguéi Kovaliov, primer comisionado de los Derechos Humanos de Rusia.
Pero en 1991 la situación ya no estaba completamente en manos de Gorbachov. A comienzos de ese año ya era seguro que las repúblicas bálticas –Estonia, Letonia y Lituania, invadidas por Stalin en 1940– iban a ser independientes. “Si había que dividir la URSS, se podía haber hecho con cabeza: recuperando una especie de economía mixta. Tal vez la URSS se habría desintegrado de todas formas, pero no de una manera tan dramática, y no en 15 trozos”, opina el politólogo Borís Kagarlitski. “Pero había grupos, como las élites regionales, a quienes interesaba un cambio rápido para hacerse con el control”.
En marzo de 1991 se celebró un referéndum en el que la mayoría de los ciudadanos soviéticos votaron por mantener unida la URSS. Además, el líder soviético logró un compromiso para firmar un nuevo tratado de la Unión. “Habría permitido preservar la URSS tal vez en una forma cercana a una confederación”, explica Yuri Voronézhtsev, que formaba parte del Grupo Interregional, la primera oposición parlamentaria legal en la URSS.
Pero dos acontecimientos dejaron en el olvido el referéndum y convirtieron a Gorbachov en un líder con los pies de barro. El primero fue la elección de Yeltsin como presidente de Rusia en junio, lo que creaba en Moscú una complicada lucha por el poder entre los dos presidentes. El segundo fue más decisivo: el golpe de Estado del 19 de agosto, un día antes de la fecha prevista para la firma del nuevo tratado. La asonada fracasó, pero salieron reforzados los partidarios de acabar definitivamente con la URSS, y sobre todo Yeltsin.
Hoy Gorbachov achaca responsabilidades a los líderes regionales. “Querían ser presidentes. La disolución de la URSS la encabezó la dirección rusa, más que la dirección ucraniana, que también se esforzaba en disolver el país”, ha comentado. El 1 de diciembre de 1991 Ucrania celebró un referéndum en el que la mayoría votó por la independencia.
Estas ambiciones se pusieron de manifiesto el 8 de diciembre de 1991, cuando los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia (Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich) firmaron el tratado de Belovezha. Decretaron el fin de la Unión Soviética y lo compensaron con la creación de la Comunidad de Estados Independientes (la CEI), a cuya organización no todas las repúblicas se unieron y que no fue más que un foro de países socios, pero independientes.
Ruslán Jasbulátov, que era presidente del Sóviet Supremo de Rusia, cree que sin esa reunión el espíritu de Gorbachov habría prevalecido. “Ya habíamos perdido sin remedio las repúblicas bálticas. Pero las demás, tarde o temprano habrían aceptado su participación en una Unión con nuevas bases, como proponía Gorbachov”, ha asegurado.