cuantos parrafos tiene
- ¿Qué son esas sombras luminosas? -preguntó uno de los hombres. - Son cardúmenes de dorados; es la época del desove -contestó el otro. Estaban pescando, fondeados junto a la orilla del banco de arena sombreado de sauces. Hacia las tres de la tarde, el viento cambió bruscamente de dirección y comenzó a encrestarse el río.
Uno de los hombres remó brevemente hacia la correntada.
- Probaremos aquí; de todos modos, cuando el río se pica, ya es inútil insistir, y hundiendo su manaza en el balde de las carnadas, sacó una morenita de muy buen tamaño, que luchaba con furia para liberarse de los dedos que la acercaban al filo del anzuelo. La punta del metal chispeó al hincarse en el ojo, y, reventándolo, cortó la carne y atravesó la cabeza del pez. La carnada se debatía aún, cuando el hombre lanzó la liñada. Enseguida, sintió dos tironcitos rápidos y tramposos.
- ¡Pirañas! ¡Qué mala suerte! -se dispuso a recoger la liña.
Dejó la caña en el plan del bote, y con movimientos pesados buscó la caja. Le quedaba una sola bomba. La sopesó, calculando la distancia. Retiró el seguro y la arrojó al agua. Al instante, un estruendo sacudió la superficie, destrozando camalotes. Después, volvió la calma.
- Rápido, prepará la red -dijo el de la cara fofa a su compañero y, saltando a la playada, desarmó la canoa y puso el motor a media marcha.
Poco a poco entre los restos de vísceras iban flotando los peces muertos. Los había plateados, de nácar, algunos sin cabeza, otros sin cola. Recogieron en la malla las piezas enteras, luego aceleraron el motor y se alejaron hacia la ciudad, dejando atrás una estela de espumas sanguinolentas.
De pronto rompió el lomo del río un dorado de gran tamaño; giró en el aire, se hundió de nuevo en el remolino y luego brincó otra vez, más alto aún, y, resplandeciente, se fue volando hacia la playa. Quedó aturdido y tembloroso sobre la arena tibia. En el vientre se veía una mancha violácea.
Cuando los últimos rayos del sol se diluyeron en el río, el enorme pez se encogió de dolor al recibir las primeras gotitas del sereno. El viento norte soplaba fuerte, arrojando lluvias de arena que se incrustaba en las escamas, entre las vellosidades de sus agallas, en los ojos, en la boca. El aire se le acababa: apenas podía respirar. Tenía la horrible sensación de que se le quemaban las entrañas. Concentró todas sus energías para llegar otra vez al agua y dio un salto, luego otro y otro más, pero los repetidos brincos dañaron gravemente sus delicados órganos. Aun así, se arrastró a expensas de sus aletas, pero en vez de avanzar, fue enterrándose más y más en la arena.
Al recibir los reflejos de la luna, los dolores se volvieron insoportables. Hizo esfuerzos desesperados por moverse, y algo se le desgarró en su interior. Siguió dando inútiles coletazos. Sus ojos redondos, saltones, se alisaron primero y se hundieron después. Un hilito de sangre fluía de la cuenca izquierda. Cuando la luna subió a lo alto, las escamas ya estaban secas, retorcidas. De repente una ola inmensa, rumorosa, llegó hasta él como si viniera a buscarlo. La espuma bullía sobre la arena. El sintió las frías salpicaduras, la brisa que venía con el agua y abrió la boca llena de arena; tembloroso, aguardó la caricia, pero la ola soltó unas burbujas irisadas que estallaron en silencio y se retiraron lentamente.
Fue entonces cuando el dorado, estremeciéndose, clavó en la arena la espina de su pectoral y quedó mirando, con extraña fijeza, cómo la luna se hacía pedazos en el aire.
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Tiene 10 párrafos
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10 parrafos y si no son 9
emi0878:
a ok
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