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Rastro de la Canela
El rastro de la canela cuenta los avatares del romance. Específicamente el de Clara que, aunque fue criada en Río de Janeiro, tiene por única familia a unos estancieros porteños, y un mulato libre al servicio del marido de su prima. Huelga decir que ni su familia ni la sociedad de la época toleran la relación, que crece a hurtadillas. Pese al núcleo narrativo tradicional, la novela tiene una fuerte impronta femenina -y hasta feminista-. Su protagonista se constituye como mujer desafiando los mandatos de una sociedad colonial pacata y represiva. Rechaza el concepto de pareja que intentan forzarle, reformula las amistades permitidas y se acerca a los esclavos de la estancia con gozosa fascinación.
El registro de El rastro… va en el mismo sentido. Bodoc da amplio espacio a la intuición de los personajes, recurre con inusual intensidad a los sentidos del olfato y el gusto (un talento que ya había demostrado en sus trabajos anteriores) y se permite deslizar los rituales de los esclavos africanos en el relato. En el sonido de los tambores, la línea entre la novela realista y la vertiente fantástica se vuelve tenue, aunque no llega a romperse. Ninguna de estas cosas sorprende a los habituales lectores de la santafesina, que se caracteriza por descripciones de gran lirismo, una sensibilidad notable para la concreción de ambientes de profunda verosimilitud, y un sentido de lo inasible de los sentimientos que -paradójicamente- le permite trasmitirlos en su mejor intensidad.
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