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1. Introducción
El beneficio de minerales metálicos puede entenderse como un conjunto de operaciones mecánicas, químicas o biológicas destinadas a obtener ciertos elementos metálicos contenidos en algunas rocas de la corteza terrestre, en las que se movilizan, transforman y consumen grandes cantidades de materia.
Algunas de esas operaciones son: la trituración de los minerales a golpe de martillo o en molinos, la decantación de partículas en piscinas, la aspersión de ácido sobre rocas amontonadas, y la fundición con leña o carbón mineral. Todas estas acciones (a las que habría que añadir las de tipo indirecto) han provocado a lo largo de la historia algún efecto sobre el entorno en el que tuvieron lugar.
La historia de estos efectos está determinada, en primer lugar, por el desarrollo de las faenas mineras en cuanto a la escala de la explotación y a su expansión geográfica (la tendencia ha sido al desarrollo de operaciones cada vez a mayor escala y a afectar a una porción cada vez más amplia de las regiones mineras). Por otra parte, estos efectos se han ajustado a las características geológicas de los yacimientos explotados, los cuales han cambiado a lo largo de la historia explotándose yacimientos de progresiva menor ley y de composición mineralógica más compleja. Pero, por sobre todo, los efectos ambientales del beneficio han variado históricamente de acuerdo a los cambios técnicos de estas labores, cada vez más complejas y exigentes, y que han tenido unos efectos ambientales cada vez más diversos, complejos y profundos.1 Como se comprenderá, la obtención del oro nativo mediante selección en bateas con agua desviada de algún estero, accionadas por trabajadores manuales, típica de los primeros siglos coloniales, acarreaba unos efectos ambientales bien distintos a los de las grandes plantas construidas a principios del siglo XX que obtenían el metal en soluciones de cianuro.
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