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Había observado la dispersión de partículas y el Dr. Geiger, en mi laboratorio, la había examinado detenidamente. Encontró que la dispersión producida por piezas de metal delgadas era generalmente pequeña, del orden de un grado. Un día Geiger vino y me dijo: "¿No cree usted que el joven Marsden, a quien he preparado en los métodos radiactivos, debía empezar una pequeña investigación?". Yo había pensado lo mismo y le dije: "¿Por qué no le dejamos ver si las partículas pueden sufrir una gran dispersión con un gran ángulo?. Debo decirle en confianza que yo no lo creo, puesto que las partículas son muy rápidas, de gran masa y gran energía, y si la dispersión fuera debida a la acumulación de de pequeñas dispersiones, la probabilidad de que fuese dispersada en el retroceso sería muy pequeña". Recuerdo que dos o tres días después vino Geiger con una gran excitación y me dijo: "Hemos logrado obtener el retroceso de algunas partículas". Es lo más increíble que me ha sucedido en mi vida, Casi tan increíble como si usted disparase una bala de 15 pulgadas contra un papel de seda y el proyectil se volviese contra usted. Al considerar el fenómeno, llegué a la conclusión de que el retroceso debía ser el resultado de una simple colisión, y al hacer los cálculos vi que era imposible obtener aquél orden de magnitud a no ser que se considere un sistema en la que la mayor parte del átomo se encuentre concentrada en un pequeño núcleo. Fue entonces cuando tuve la idea del átomo formado por un núcleo masivo como centro y con carga.