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El siglo XIX es recordado como el siglo de las ideologías y ello está ligado a la Revolución Francesa y a las conquistas napoleónicas. Más tarde, con la aparición de la clase obrera, las ideologías se relacionarán con esta nueva realidad.
El conflicto más grave y profundo que sufría Francia, a poco de la revolución, era causado por el desequilibrio que había entre el desarrollo económico y la estructura social y política del Antiguo Régimen.
Después de perder Napoleón en Waterloo, en el año 1815, la coalición vencedora intentó deshacer la obra de la revolución para restablecer el Antiguo Régimen en Europa. El periodo que transcurrió entre 1815 y 1848 se conoce con el nombre de Restauración absolutista, durante la cual reinó un sistema político e ideológico creado a espaldas de la realidad que pretendía mantener el poder de unos grupos minoritarios y desfasados.
Encontramos dos ideologías contrapuestas: la ideología fruto de la oposición entre las antiguas clases dirigentes, ligada a la sociedad del Antiguo Régimen; y la nueva fuerza surgida de la Revolución industrial, que se basaba en el liberalismo y el nacionalismo. Para la primera, el objetivo supremo era evitar una segunda Revolución Francesa, o, todavía peor, una revolución europea general. Para la segunda, en cambio, se trataba de imponer, de una manera definitiva, los principios políticos y sociales de la Revolución Francesa.
Esta nueva fuerza nacía de ideas liberales y nacionalistas. ¿En qué se basaban éstas?
El principio de liberalismo se basa en la ideología de la clase burguesa la cual no acepta la derrota de la revolución de 1789. Pueden distinguirse distintos tipos de liberalismo: económico (basado en la riqueza y en la propiedad y que se opone a la dirección del Estado y es el fundamento doctrinal del capitalismo), político (opuesto al despotismo que constituye el fundamento del gobierno representativo y del parlamentarismo censatario) e intelectual (caracterizado por la tolerancia y la conciliación).
El lema del liberalismo es la libertad, pero, en realidad, no se trata de una libertad para todo el mundo. La burguesía se reserva el poder político por medio del censo (sólo tienen derecho a votar los que consiguen una determinada renta).
El principio de las nacionalidades se basaba en hacer coincidir los Estados con las naciones y defendía los derechos de los pueblos a disponer de ellos mismos. Esto inspiró dos concepciones diferentes de lo que era una nación. La primera tenía como idea central el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Esta tesis fundamentaba la existencia de la nación en la voluntad del pueblo de vivir en común y estar regido por unas mismas instituciones. La segunda concepción nació del rechazo a la dominación francesa y encontró inspiración en el retorno a la tradición.
La nación es una realidad viva que se manifiesta por unos carácteres hereditarios. Es la búsqueda de una identidad común basada en tres elementos fundamentales: la historia, la lengua y la religión.
En la década de 1840 se difundieron los ideales democráticos que se oponían al liberalismo censatario de 1789 o 1830. El nuevo concepto pretendía superar algunas de las desigualdades y de los privilegios del viejo liberalismo.
La democracia se basaba en la soberanía popular (evitando la soberanía nacional que podía identificarse con una minoría de ciudadanos), la libertad (poniendo fin a las restricciones que limitaban el ejercicio de las libertades individuales y colectivas) y la igualdad social (más allá de la igualdad jurídica o civil, se defendía a los menos favorecidos para nivelar las fortunas).
La segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por la aparición del proletariado, su rápido crecimiento y su conformación como clase. Ello por la industrialización, lo que genera un cambio cualitativo en las relaciones sociales y las desigualdades económicas: la miseria obrera, la defensa de los derechos de los trabajadores y la aparición de doctrinas que criticaban la sociedad capitalista. Los socialistas utópicos son los primeros en cuestionar el sistema liberal-capitalista.
En un primer momento, la burguesía y el Estado se negaron a aceptar las reivindicaciones del proletariado y su derecho a tener un papel en la vida social y política. Pero, poco a poco, las organizaciones obreras (sindicatos) y las nuevas ideas sociales (marxismo y anarquismo) se fueron extendiendo. La voluntad de unir la lucha del proletariado confluyó en la creación de una importante organización obrera de carácter internacional: la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores).
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