Respuestas
Respuesta: esa es mi respuesta
Explicación:
Es difícil saber cuanto tiempo puede hacer frente un sistema al continuo ascenso de la
desigualdad, a la brecha económica y social que agudiza, si ya no la existencia de clases,
quizás sí las muy desiguales clases de existencia.
Nos referimos a Occidente, y no únicamente al llamado “Cuarto Mundo”, sino también
a aquel dónde las distancias socio económicas lejos de ocultarse, parece que gustan de
exhibirse desafiando el juicio tocquevilliano que veía en la pequeña diferencia lo
socialmente insoportable. Vanagloria que se quiso no hace mucho trasnochada, la
desigualdad en posesiones, status y riqueza material y simbólica hace tiempo que pasó de
ser la inocua vía para que la élite o el grupo aristocrático canalizara, en cada tiempo, su
obsesión por distinguirse (la distinción tal y como la estudiara P. Bourdieu) a forma
contemporánea de la desigualdad legítima, e incluso de la creación de lo que se conoce
como identidad.
Desigualdad, y sin embargo, en ninguna época como la nuestra la igualdad ha ocupado
tantos textos. Además, si sigue siendo válida la afirmación de Max Weber según la cual por
aleatorio que sea la el motivo de la desigualdad el que la disfruta tiende a ver su situación
como resultado de sus propios méritos y la ajena como resultado de una culpa, tendríamos
pues, la desigualdad, la distinción e incluso la identidad legitimadas bajo la confusa noción
de mérito en su sentido más amplio (como merecimiento). Argumentos para que el sistema
siga sintiéndose como justo (y la desigualdad como legítima) pero también argumento de
tensión donde cabe la postura contraria, aquella de quien indignado ante el espectáculo del
tan desigual reparto de fortunas confiesa, con E. Cioran, sentirse avergonzado de declararse
propietario “aunque solo sea de una escoba”.
Puede que porque resulte imposible hablar ya de pequeñas diferencias (asistimos hoy en
día al crecimiento de enormes fortunas privadas en un contexto global de creciente
desigualdad en la distribución de riquezas) o puede, según nuestras hipótesis, por el
extraordinario papel legitimador que posee en la actualidad la noción de mérito y de
merecimiento, creador de la dicotomía ganador / perdedor en el peculiar trasfondo agonal de
la sociedad contemporánea, lo cierto es que la existencia y el crecimiento de tan abismales
diferencias no ha provocado, no provoca un rechazo masivo al sistema meritocrático, a
aquella ingeniería moderna por la que desde hace apenas doscientos años se adjudican
cargos, estatus y beneficios, se reconocen o nieg