Respuestas
a No todos los contemporáneos, es cierto, admitían la exactitud del paralelo y posteriormente la historiografía aceptó la presencia de numerosas diferencias. Sin embargo, pareciera que los distintos movimientos independentistas tenían al menos algo en común para permitir alguna comparación significativa por la cual la caracterización tanto de las diferencias como de las semejanzas serviría para clarificar nuestra comprensión de todos ellos.
Para empezar, deberíamos observar que el impulso independentista no era de alcance hemisférico. No solamente había, por todas partes, quienes apoyaban la continuidad del gobierno colonial, sino que en algunas colonias su causa tuvo éxito. El Canadá británico no siguió el ejemplo de sus vecinos del sur, y las españolas Cuba y Puerto Rico se convirtieron en bases seguras para las acciones de las fuerzas realistas que operaban en el continente americano. En las Antillas francesas frecuentemente se sentían los destellos de los hechos revolucionarios de París, pero finalmente sólo Haití logró su independencia. Tampoco las Antillas británicas (o las holandesas, danesas o suecas i.e. las Antillas suecas de San Barthelemy que recién en 1877 pasaron definitivamente al dominio francés) rompieron las ataduras con sus respectivas metrópolis, aunque fueron profundamente afectadas por los distintos movimientos independentistas. Canadá se convirtió en objetivo de los ejércitos revolucionarios desde el sur, y las pequeñas islas del Caribe sirvieron como puestos de abastecimiento tanto para patriotas como para realistas además de haber dado figuras claves como Alexander Hamilton a la causa norteamericana y Luis Brion a la hispanoamericana. Desde un punto de vista comparado la no independencia de ciertas colonias sin duda ilumina lo que pasó en las otras y plantea interrogantes interesantes –por ejemplo ¿qué tenían en común Canadá con Cuba o Puerto Rico con St. Kitts que las hizo quedar rezagadas?– pero este tipo de cuestiones están más allá del alcance de este capítulo.
Lo que tenían en común todas las colonias –aún aquellas que en este momento no lograron su independencia– era un proceso de crecimiento social, económico y cultural que creó, en distintos grados, un sentido de identidad regional muy distinto del de la madre rio (como aquella de la que evidentemente gozaban las colonias inglesas) e hizo más fácil aceptar la opción por la independencia cuando otras circunstancias la pusieron a su alcance.
el impacto de todas esas corrientes de pensamiento social y político que convencionalmente se las adscribe a la influencia intelectual del Iluminismo. Por supuesto que a las colonias inglesas les importaba menos la Encyclopèdie que los conceptos de Locke sobre los derechos individuales y el gobierno limitado, que absorbían directamente de sus propias tradiciones y no a través de los filósofos franceses, mientras que las autoridades intelectuales a quienes los reformistas y revolucionarios latinoamericanos apelaban eran predominantemente francesas. En el caso de la América española específicamente hay una escuela de pensamiento que atenúa el Iluminismo a favor de la influencia residual del pensamiento Católico Español de la escuela de Francisco Suárez. Sin embargo, el nombre de este último es una clara ausencia entre los autores citados por los publicistas de la era independentista, y es probable que los conceptos suarezianos de soberanía popular y demás sirvieran como reforzamiento subconsciente a las nuevas ideas asociadas con las revopatria, o incluso un conjunto de inteluciones angloamericana y francesa2 .
Esos ejemplos revolucionarios eran de las políticas imperiales. Tal desa-en sí mismos una forma de influenrrollo si bien no amenazaba la rela-cia política compartida –pese a que ción con la monarquía tradicional, sin los angloamericanos, que fueron los duda favorecía el sentimiento de una primeros, simplemente se influyeron limitada autonomía dentro del impe-unos a otros. En realidad, para los latinoamericanos, el hecho de que las colonias inglesas se hubieran liberado del yugo imperial era citado más frecuentemente como una justificación de su propio esfuerzo para lograr lo mismo, que para referirse a los meros discursos de filósofos norteamericanos tales como Franklin y Jefferson. Aunque con una visión más amplia obviamente, se puede decir que los movimientos de independencia americanos fueron parte de un ciclo “Atlántico” mayor de revoluciones que empezó en Lexington-Concorde en 1775 y culminó en Ayacucho en 1824, pasando incidentalmente por París.