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Del latín perspicax, el adjetivo perspicaz hace referencia a una persona ingeniosa, aguda, lúcida, astuta, penetrante o sagaz. La perspicacia está vinculada a la capacidad de descubrir cosas que están ocultas o de comprender situaciones que, en principio, parecen muy confusas.
Por ejemplo: “Necesito contratar a alguien perspicaz para que descubra quién es el informante”, “Gracias a su perspicacia fue capaz de cambiar de decisión justo a tiempo”, “No hay que ser muy perspicaz para saber que Mario no está conforme con su puesto”.
La perspicacia se encuentra relacionada con la intuición y la capacidad espontánea. Un sujeto puede conocer mucho sobre un tema hasta convertirse en un verdadero especialista gracias al estudio y la lectura, pero existe una serie de habilidades y virtudes que no pueden adquirirse. A este último grupo pertenece la cualidad de perspicaz, que puede llevar a una persona a actuar de la manera adecuada frente a una situación sin contar con los conocimientos formales aparentemente necesarios.
Es evidente que la perspicacia, por sí sola, no logra convertir a nadie en experto o profesional. Sin embargo, la vida cotidiana y ciertas tareas no requieren de estudios formales para el cumplimiento de objetivos, sino de un saber intuitivo, que viene de lo más profundo de nuestra mente y nos lleva a buscar el camino correcto, a veces sin sabre por qué.
Así como los músicos con talentos innatos temen aprender teoría porque creen que los tecnicismos podrían amenazar su creatividad y su espontaneidad, las personas con una intuición natural para resolver problemas no suelen sentir mucha afinidad por los estudios formales. Las estructuras propias de lo académico pueden, en muchos casos, convertirse en obstáculos que bloqueen la visión y que impidan tomar decisiones libremente.
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