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Shakespeare ha sido siempre un poeta «filosófico». Y no sólo por poner en boca de Hamlet una frase, «Ser o no ser, esa es la cuestión», tan citada y repetida como el «todo fluye» de Heráclito o el «pienso, luego existo» de Descartes. Sino por haber ejercido un magnetismo enorme sobre muchos filósofos modernos: Lichtenberg, Hamann, Voltaire, Diderot, Herder, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Wittgenstein, Freud, por citar sólo a los más evidentes. Y también sobre los más grandes escritores «filosóficos» (Schiller, Goethe, Coleridge, Carlyle, Tolstói…). Sobre eso escribió Goethe: «El teatro de Shakespeare es una bella caja de rarezas, en la que la Historia del mundo pasa ante nuestros ojos en los hilos invisibles del tiempo… Sus obras giran en torno a ese punto secreto que todavía ningún filósofo ha visto ni ha podido determinar: en el que lo peculiarmente propio de nuestro yo y la libertad pretendida de nuestros deseos choca con el discurrir necesario del todo».