La tormenta
Después del incendio del mediodía, el sol, paulatinamente, ha ido amenguando la intensidad de su hoguera.
Han sido las llamas voraces las que primero se han extinguido, como al poderoso soplo de un gigante.
Y en el rescoldo, entre las cenizas, han sido entonces las brasas las que se han quedado, crepitantes, como nidal de inflamados corales.
El azul del cielo, momentos antes de un intenso azul de Prusia, ha comenzado a descolorarse.
En el preciso instante de extinguirse la pira solar, queda el cielo como en suspenso, como atónito. Es su color, un color mate; su tersura, una tersura pizarrosa; pero siempre ese color es azul, tal vez de un
azul más hondo, más azul que antes. Pero a ese azul le falta transparencia. Es un azul sordo, inexpresivo.
En seguida ese azul siéntese contaminado. Vese, perfectamente, como va empalideciéndose; como
va, por grados, agotándose. Se ve morir el azul. Y es una deliciosa agonía la de aquel tono, que pasa por una escala descendente de matices, para acabar concretándose en un delicado gris de perla. Todo el cielo se presenta ahora como una enorme perla. Pero es una perla opaca, sin el más leve, sin el más
insignificante reflejo. No perdura, sin embargo, ese aspecto otoñal. La perla parece haber enfermado; va ensuciando su oriente. El gris de perla es ya un gris de ceniza, de ceniza de tabaco ordinario. Ese gris se intensa más y más a cada instante, hasta llegar, todo, a convertirse en un tono de plombagina. Es, entonces, un cielo de duelo. Sórdido, hermético, en cuyo seno tenebroso siéntese que se está fraguando algo espantoso.
¿Cuál es el tema principal del texto leído?
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las llamas,la candela,el fuego
tatianagparrasg:
lo necesito porfa
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