Respuestas
Respuesta:
Pocos temas han sido tan estudiados como la Segunda Guerra Mundial, pero sigue siendo posible realizar aportaciones novedosas, como lo demuestran los libros de Richard Overy y Robert Kurson que acaban de aparecer en el mercado español, correctamente traducidos. Su enfoque no podría ser más distinto. El primero resulta de lectura casi obligada para cualquiera que desee entender el desenlace del conflicto más crucial de la historia contemporánea, mientras que el segundo ofrece el fascinante relato de cómo unos hombres desafían los peligros de las profundidades.
Richard Overy es un prestigioso historiador británico que se enfrenta a un problema difícil: analizar los factores de una victoria aliada que a comienzos de 1942 distaba de ser segura. Para ello comienza por identificar, con buen criterio, los cuatro campos de batalla que fueron realmente decisivos: la guerra en el mar, el frente ruso, los bombardeos estratégicos y el desembarco en Normandía. Sin el dominio de los mares, el poderío de los Estados Unidos no podría haber sido utilizado eficazmente contra Alemania ni contra Japón. En el Pacífico, la batalla crucial fue la de Midway, que frenó en seco la ofensiva inicial japonesa y permitió a los americanos concentrar sus energías en la lucha contra el enemigo más peligroso: Alemania. En el Atlántico no hubo, en cambio, ninguna gran batalla, sino un lento y prolongado esfuerzo por eliminar la amenaza submarina y asegurar las rutas por las que los hombres y los pertrechos de América marcharon hacia Europa. Pero donde el poderío alemán fue gradualmente desgastado en unos combates de una letalidad sin igual fue en el frente ruso. Para explicar la victoria soviética, Overy se centra en el análisis de dos batallas: la famosa de Stalingrado y la menos conocida de Kurks, el mayor choque de carros armados de toda la historia. Comprensiblemente, Stalin bramaba por que los aliados abrieran un segundo frente en Europa, pero mientras esto no fue posible, los angloamericanos no permanecieron inactivos. Una de las tesis principales de Overy es que, en contra de lo que a menudo se ha afirmado, los bombardeos estratégicos contribuyeron decisivamente a la victoria final, frenando la expansión de la industria alemana, obligándola a detraer fuerzas
aéreas del frente oriental y, en último término, otorgando a los aliados una aplastante superioridad en el aire. Ello implicó la paradoja moral de que unos Estados liberales estuvieran dispuestos a matar deliberadamente a centenares de miles de civiles, una paradoja que tuvo su origen en la voluntad de reducir las bajas propias mediante soluciones tecnológicas que infligieran al adversario daños insoportables. La culminación de ello llegó con la bomba atómica, que forzó la rendición de Japón, pero para derrotar a Alemania las tropas angloamericanas hubieron de afrontar al enemigo en tierra. Fue el desembarco en Normandía el que condujo a la victoria final.