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6 ABRIL, 2020
La llegada de la pandemia de coronavirus a Brasil ha sacudido el tablero político en todo el territorio. Con una población estimada de casi 212 millones de personas, profundas distancias de desarrollo entre regiones y áreas de residencia, y socioeconómicas entre clases sociales, incluso una gestión responsable del virus tendría difícil la tarea de conseguir bajar el impacto negativo de sus consecuencias.
Pero al gigante suramericano lo gobierna, al menos formalmente, un presidente que, desde el día cero del arribo de la pandemia, se ha dedicado a minimizarla sistemáticamente. Ello ha conducido a la generación de tensiones del Ejecutivo con gobiernos locales y regionales -algunas inesperadas, como con el otrora aliado de Bolsonaro, Joao Doria, gobernador de Sao Paulo- y con los otros dos poderes del Estado. Es decir, el combate al virus también incluye la neutralización de las acciones de un presidente que promueve deliberadamente no tomar medida alguna de protección individual y colectiva, y deja los resultados de la tragedia a la “vontade de deus”.
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