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- El camino a la independencia de Estados Unidos
- Boston, 18 de abril de 1775. Por la ciudad se propagan inquietantes rumores. ¿Qué traman los marinos en el puerto, cerca de dos buques de guerra? ¿De qué hablan, en voz baja, los oficiales del Ejército? En este clima de tensión y desconfianza, un herrero de la ciudad, Paul Revere, recibe una noticia preocupante. Un muchacho le cuenta que ha escuchado a un militar inglés decir a sus colegas que se va a “armar la gorda”. Gracias a esta y otras informaciones, el herrero ata cabos. El ejército regular británico se está preparando para apoderarse de Lexington y aplastar la incipiente rebelión contra Gran Bretaña.
- No hay tiempo que perder. Revere ensilla un caballo y parte a dar la voz de alarma. Por el camino se detiene en varias ciudades, habla con los líderes patriotas. Ellos, a su vez, envían a otros mensajeros. En pocas horas, mientras la noticia se expande por toda la región, surge un decidido movimiento de resistencia. Cuando los británicos atacan al día siguiente, las milicias locales les derrotan estrepitosamente en Concord. La Revolución Norteamericana ha comenzado. Ya no hay marcha atrás.
- Desacuerdos con la metrópoli
- El dominio colonial que ahora empezaba a desmoronarse se había iniciado a principios del siglo XVII, con la fundación de una primera ciudad, Jamestown. Los ingleses ocuparon Norteamérica para evitar que lo hiciera España, potencia que, según ellos, aspiraba a la hegemonía mundial. Cien años después ya disfrutaban de una red de colonias a lo largo de la costa atlántica, entre el Canadá francés y la Florida española. Sus habitantes, llegados desde Europa en busca de nuevas oportunidades, formaban una sociedad dinámica y en continua expansión.
- Los colonos estaban acostumbrados a que Londres les permitiera un alto grado de autonomía
- En solo veinte años, de 1750 a 1770, su población pasó de un millón de habitantes a más de dos. Ante este crecimiento vertiginoso, muy superior al de cualquier país europeo, no faltó quien profetizara que Norteamérica se convertiría con el tiempo en el centro del Imperio británico. Así pensaba, por ejemplo, Benjamin Franklin, futuro padre de la independencia. En principio, los colonos estaban acostumbrados a que Londres les permitiera un alto grado de autonomía, sin interferir demasiado en sus asuntos (el “descuido saludable” del que hablaba el escritor anglo-irlandés Edmund Burke, favorable a las colonias en su disputa con la Corona).
- La situación cambió a raíz de la guerra de los Siete Años, una especie de conflagración civil europea con ramificaciones en ultramar. El conflicto provocó serios apuros financieros a Inglaterra, un estado con ocho millones de libras de presupuesto anual que destinaba cinco a pagar los intereses de su deuda pública. ¿Cómo sanear la hacienda? La respuesta pareció obvia a muchos. Las colonias tenían que contribuir con más recursos.
- No podía continuar por más tiempo una situación en la que las colonias soportaban una presión fiscal ridícula en comparación con los ciudadanos de la metrópoli. Si un habitante de Massachusetts pagaba un chelín al año, el contribuyente británico desembolsaba veintiséis. La subida de los impuestos no se hizo esperar. Cuando la ley del Timbre gravó libros, prensa y documentos jurídicos, muchos se sintieron ofendidos. La cuestión no era tanto el dinero, que también, como el hecho de que las autoridades impusiesen una nueva carga sin el consentimiento de los ciudadanos.
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