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Una libertad sin límites se transforma en libertinaje y termina siendo el imperio de la ley del más fuerte. La historia ha demostrado que las sociedades, para su óptimo funcionamiento, requieren límites: la libertad de tránsito no permite conducir contra vía, ni la libertad de expresión permite gritar “¡Fuego!” –sin que lo haya– para causar pánico. El ordenamiento jurídico es una regulación de las libertades individuales en beneficio del orden social, de la colectividad; las medidas son concretas: se prohíbe la venta de se vende por*******a solo a adultos; se multa a un conductor ebrio; se penaliza la venta de licor a menores. Las razones para hacerlo no son antojadizas: el bien común prevalece sobre el individual, y el interés superior del niño sobre el de los demás miembros de la sociedad.