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Más allá de las discutibles teorías sobre “Ius in bello” –término jurídico usado para referirse a las prácticas aceptables mientras se está en guerra– todo conflicto armado debe ser analizado per se, como el fracaso de la razón humana. No hay guerra justa, ni que se justifique, dado que el fin último es vencer y generalmente esto implica aniquilar al enemigo.
En “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu se despliegan una serie de argumentos para comprender las dinámicas de estrategias y tácticas militares, sobre las armas y otras herramientas fundamentales para el despliegue bélico; pero inclusive en este manual se señala que “lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla” (vencer sin derramar sangre), en efecto: “Las armas son instrumentos fatales que solamente deben ser utilizadas cuando no hay otra alternativa”; es decir evitar la violencia…
En la mayoría de guerras y conflictos, además de las muertes, heridas de combate y traumas, se cometen muchos “errores” y equivocaciones; superando las dinámicas del “fuego amigo”, las imprecisiones bélicas de bombardeos o las falsas justificaciones de agotamiento del enemigo (tierra arrasada), los estrategas del conflicto –Generales o Comandantes- tienen que tomar decisiones, y no siempre son las mejores.
Ahora que se debate una ley de reconciliación luego de los Acuerdos de Paz y de los intentos de amnistías de postguerra, tendríamos que decir en primer lugar, que más allá de la necesidad de justicia, verdad y transparencia “todos los muertos son iguales”: Los civiles, los militares y los guerrilleros, no hay unos más importantes que otros; y todas las víctimas tienen los mismos derechos.
Es de esperar que, dadas las condiciones institucionales, el Estado a través de sus aparatos de represión y seguridad –incluyendo organismos paramilitares civiles o escuadrones- cometió violaciones de Derechos Humanos de mayor magnitud en cantidad e intensidad; también la guerrilla, en menor escala, cometió errores, secuestrando y/o dando muerte a inocentes o sospechosos, con limitadas pruebas o argumentos. No se trata aquí de hacer un simple balance de quiénes tiene más o menos culpas, más o menos muertos; sino en dejar zanjado que los errores, arbitrariedades, delitos y temas hechos de violencia están en los dos bandos. Pero veamos otros contextos.
Desde otro punto de vista más histórico o real, el conflicto salvadoreño se desarrolló en base a dos planteamientos: a) Por un lado, el cierre de los espacios políticos, el secuestro de la democracia, la militarización gubernamental, la impunidad, la represión sangrienta, y el plegarse a la liga global anticomunista para salvaguardar intereses oligárquicos; y b) Por otro lado, la creación de un sistema político-militar de lucha y defensa frente a la explotación, represión y falta de espacios democráticos; así como sumarse al movimiento internacional socialista y sus principios de luchas de clases. Aquí el análisis tiene una connotación de justicia muy distinta.
El clima o contexto de guerra es muy difícil, tenso y violento; los aparatos de inteligencia son tan importantes como peligrosos; y generalmente el fin último es lograr los objetivos políticos anteponiendo las pautas militares a la razón: Libertad o muerte, revolución o Muerte, Vencer o Morir… la muerte es la más presente, real y latente del conflicto.
Más allá de lo religioso y de las justicias divinas, en el plano político y ciudadano, cada muerto o víctima posee su victimario de facto material o intelectual; y aquí tenemos un primer problema de orden moral: ¿Es un guerrillero o soldado responsable de eliminar a alguien por cumplir órdenes de guerra?, ¿quién es más culpable el autor material o el intelectual, o ambos por igual?; y ¿la objeción de conciencia qué…? Lo “culpable” y lo “culposo” en el marco de los conflictos tiene una frontera muy delgada…; -conste que no soy abogado, pero si fui parte del conflicto y tengo algunos derechos y experiencias para opinar y argumentar–.
El nivel de compromiso de actores o instituciones presenta otra dimensión que navega entre la apatía, la cobardía, el distanciamiento o el involucramiento; muchas de las víctimas se acercaron al conflicto por convicción, asumiendo sus riesgos. Periodistas, académicos, médicos entre muchos otros optaron por sus principios, valores o intereses en involucrase en el conflicto, otros permanecieron como espectadores, mientras que otros se alejaron o migraron. Aquí el punto es sobre los protagonistas del conflicto, ya que en estos días a 27 años del fin de la guerra hay mucha gente opinando, y no conocieron las circunstancias. Creo que tienen la palabra los protagonistas, y los terceros deben escuchar y aprender; es muy fácil juzgar a mucha distancia de lo que sucedió. Pero en este conjunto de actores aparecen también los familiares de las víctimas a quienes se les debe una explicación, muchas respuestas y de ser posible una reparación.