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Este libro tiene 13 cuentos, los cuales son: "La parábola del joven tuerto" y "El Diosero", "Las vacas de Quiviquinta", "El cenzontle y la vereda", "Nuestra Señora de Nequetejé", "La cabra en dos patas", "Los diez responsos", "La plaza de Xoxocotla", "La Tona", "Los novios", "Hículi hualula", "La venganza de Carlos Mango" y "La triste historia del Pascola Cenobio".
Todos los cuentos de El Diosero están dentro de la línea indigenista, es decir, son relatos o ritos, creencias, formas de vida de ciertas comunidades, y de la psicología y comportamiento indígenas, son pocos los que se quedan en lo pintoresco; son más los que trascienden ese aspecto menos profundo.
Unos de los más interesantes para mi es: "El Diosero", cuento que da nombre al volumen completo y literariamente uno de los mejores de éste.
El protagonista es Kai-Lan, "señor del caribal de Puná", gran sacerdote y cacique de los lacandones, personaje cuya misión y poder consiste en crear "deidades doblegadoras de las pasiones, moderadoras de los fenómenos naturales que en la selva se desencadenan con furia, domadoras de bestias, amparo contra serpientes y sabandijas y resguardo opuesto a los hombres malos del más allá de los bosques".
Un día se desencadena una terrible tormenta en plena selva lacandona. Kai-Lan fabrica un dios especial, pero éste es impotente para deshacerla. El agua todo lo invade y la tormenta sigue. El Diosero, rabioso, rompe la obra de sus manos. Entonces fabrica otro, un cuadrúpedo fabuloso con airosa cola de quetzal. Éste sí es poderoso y la tormenta cede.
El Diosero lleno de orgullo, sale del templo y lanza alaridos de júbilo. "No hay en toda la selva uno como Kai-Lan para hacer dioses... Mató a la tormenta", dice el propio sacerdote.
El cuento termina con una visión poética, pues "prendido a la copa de un ramón, el arco iris esplende".
Pertenece también a este grupo, aunque con características más terrenas y con una imborrable carga de dolor, tristeza y ternura.
"La parábola del joven tuerto”, este relato, está lleno de ironía y de humor negro. Como su hijo está tuerto y todos se burlan de él, la madre pide a la virgen de San Juan de los Lagos un milagro para que la gente se apiade o el pequeño se componga. Así estaban las cosas, cuando en el atrio del santuario la madre y el hijo preparaban su retorno al pueblo, un fuego artificial estalla en la cara del niño y le revienta el ojo sano. La madre agradece a la Virgen el milagro porque su crío ya no será objeto de burlas por estar tuerto: ahora es ciego.
"El cenzontle y la vereda", Irónico y doloroso testimonio, cuenta el incidente de unos indios a quienes se regalaron ciertas píldoras para combatir el paludismo, y ellos, en vez de ingerirlas, sólo habían atinado a ponérselas a modo de "collar de comprimidos de quinina, bermejos y brillantes" para que el mal no se les acerque, en la creencia de que éste "le tiene miedo al sartal de piedras milagrosas".
"La Tona", se describe en él la forma ruda, primitiva y casi inhumana, cómo Crisanta, una indiecita muy joven, se dispone ella sola y luego ayudada por la vieja comadrona del lugar, a dar a luz.
La historia sucede en Tapijulapa, "el pueblo de indios pastores", y gracias a la intervención de un médico se resuelve con final feliz.
"Los novios", cuenta el desarrollo de una relación amorosa y las vagas inquietudes del muchacho, descendiente de alfareros de Bachajón, por estar ya en edad de "querer tuna", como dice su padre; su vergüenza al ser descubiertos sus deseos, el conocimiento de "ella", el ceremonial de petición de mano; luego, el rito del matrimonio y, finalmente, la ida de ambos por el vallado donde "él toma entre sus dedos el regordete meñique de ella, mientras escuchan, bobos, el trino de un jilguero.