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Los Cafés Filosóficos
por Oscar Brenifier
Traducción Mercedes García Márquez
Introducción
Desde hace nueve a diez años ha aparecido un extraño fenómeno en Francia cuyo desarrollo continúa todavía a lo largo de estos meses: me estoy refiriendo al café filosófico. Existen ya más de ciento cincuenta cafés filosóficos diseminados a través de todo el territorio galo donde se reúnen individuos de todas las edades y condición para debatir sobre cuestiones como la existencia, el amor, la muerte, el deseo, la palabra, el poder o la modernidad. En el seno de la institución filosófica, se ha desatado una agitada polémica entre los profesores sobre la naturaleza de este fenómeno. Algunos filósofos se han implicado en esta nueva práctica filosófica, participando activamente y animándose a organizar este tipo de debates, pero la mayoría ha adoptado más bien una actitud de distanciamiento y desdén, o ha preferido atacar duramente este tipo de eventos. A estos profesores, el adjetivo “filosófico” les parece totalmente inapropiado para un ejercicio que fundamentalmente sigue siendo una “charla de café”. El autor de este artículo, filósofo de formación, se encuadra desde hace bastantes años en esa nebulosa de los cafés filosóficos, e intenta dar cuenta de este fenómeno social que ha arraigado en todo el territorio francés, con algunas incursiones aquí y allá, principalmente en otros países francófonos.
Historia del café filosófico
El aspecto más impresionante de este fenómeno reside en su espontaneidad, pues tanto su creación como su desarrollo son más bien producto de circunstancias fortuitas y autónomas que de una decisión concertada y organizada. También debemos mencionar el papel de los medios de comunicación, puesto que gracias a su atención, los cafés filosóficos se convirtieron rápidamente en un fenómeno “de moda”. En 1992, Marc Sautet, profesor de filosofía en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de París, durante una entrevista en la radio, contó como algo anecdótico que se reunía con unos amigos para filosofar cada domingo por la mañana en un café de la plaza de la Bastilla, en París. Cuál sería su sorpresa el domingo siguiente, cuando comprobó cómo acudían numerosas personas, deseosas de participar en ese tipo de discusiones informales. Semana tras semana, el número de asistentes iba en aumento, por lo que se hizo necesario
buscar algunas reglas básicas de funcionamiento, con el fin de que este tipo de aglomeraciones no se transformase en una algarabía cacofónica. El café filosófico había nacido. Desde 1995, otras dos o tres experiencias, motivadas por iniciativas personales más o menos calcadas de la primera, vieron la luz en la capital francesa. Fue entonces cuando la prensa comenzó a prestar atención al fenómeno, lo que suscitó poco a poco numerosas vocaciones espontáneas, hasta llegar a la situación actual.