Respuestas
Respuesta:
Lugares para esconderse los había de toda clase. En la ciudad, los espacios solían ser reducidos y los escondidos debían guardar silencio absoluto: las paredes oían, el menor ruido podía delatar su presencia a los vecinos.En el campo había más espacio, aunque ello no significaba automáticamente que las condiciones de vida fueran mejores. Algunos escondidos se internaban en los bosques, donde fabricaban cabañas o excavaban corredores subterráneos. Más tarde, los organizadores de escondites utilizaron regularmente gallineros desocupados para alojar a los judíos: incómodos y, naturalmente, helados sobre todo en invierno.Cuando amenazaba peligro, a menudo los escondidos tenían que escapar y buscarse una nueva morada. Refugiarse mucho tiempo en un mismo lugar, como hicieron Ana Frank y los suyos, era bastante excepcional.Después de la guerra se vio que algunas personas habían estado escondidas en más de veinte lugares. El aprendiz de carnicero y judío ortodoxo Benjamin Kosses tuvo hasta más de cuarenta refugios. Se calcula que la media de escondites para niños judíos ascendió a 4,5.
Explicación:
La citación enviada el 5 de julio de 1942 a los primeros mil judíos para presentarse a la «ampliación de trabajo en Alemania» marcó el comienzo de la tercera fase de la persecución de los judíos en Holanda. Tras la identificación y el aislamiento, el invasor pasaba ahora a la deportación.En muchos hogares judíos la citación dio lugar a acaloradas discusiones sobre si esconderse o no. Con los conocimientos de ahora tal vez resulte incomprensible, pero por entonces la elección no era tan evidente. Para muchos, pasar a la clandestinidad era algo absolutamente antinatural, también porque el Consejo Judío estaba en contra: como no todos podían esconderse, nadie debería hacerlo.Además, para muchos resultaba impensable separarse de sus seres queridos. Asimismo, pasar a depender de manera extrema de unas personas por lo general desconocidas suponía un obstáculo, al igual que otros inconvenientes de orden más bien práctico; por ejemplo, al esconderse en casa de una familia cristiana era imposible seguir respetando todos los preceptos religiosos judíos.Por último, muy seguramente en la primera fase de las deportaciones, se desconocía que, al llegar a un «campo de trabajo», una gran parte de los deportados era enviados directamente a las cámaras de gas. «Se tendía a subestimar el peligro de la deportación y a sobrestimar el de esconderse», según Abel Herzberg, uno de los primeros historiadores de guerra holandeses.
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