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Cuando nos enfrentamos a una composición pictórica lo primero que visualizamos son imágenes con una determinada forma plástica. estas imágenes pueden ser figurativas o no figurativas, es decir, objetuales o puras. La práctica habitual al enfrentarse a un cuadro es la de tratar de reconocer los elementos representados y, a partir de ahí, valorarlos. Se cae así en el error de identificar la realidad física con la realidad pictórica. Intentaremos demostrar que el verdadero lenguaje artístico se define en términos puramente plásticos. Hemos de agradecer al arte abstracto, resuelto en formas puras, el habernos introducido y enseñado las formas en sí mismas. Incluso en las obras más marcadamente figurativas, lo que verdaderamente tiene interés artístico es su solución formal. Así distinguimos entre formas conformadas por el dibujo, es decir por la línea, y las producidas por una pincelada abierta o pictórica. Esta dualidad plástica se ha querido explicar a través de una lectura únicamente formal o sígnica. Creemos que su análisis es algo más complejo y rico. [FIGURA 1]
Las formas cerradas o dibujísticas aparecen en momentos históricos en los que el artista adquiere una seguridad intelectual fruto de una cierta dogmatización teórica, sin olvidar en el apartado evolutivo de las formas aquellos primeros momentos en los que el artista aún se siente inseguro en sus formulaciones. Así, no es de extrañar encontrar en el mundo renacentista, en la Academia francesa, en el Neoclasicismo o en los teóricos del siglo XX -los cubistas, Mondrian y los racionalistas- soluciones en las que la línea es el elemento básico que conforma los elementos en formas de gran geometrismo. El sistema cerrado del Románico y el Gótico se explicaría en función de la segunda hipótesis.
Por el contrario, las formas abiertas o pictóricas responden a momentos de crisis de valores en los que el artista se expresa con mayor libertad formal aunque también, y paradójicamente, en algunas ocasiones, con menor libertad conceptual. El Barroco es el momento culminante de esta propuesta, que se hace extensiva al Romanticismo y a los expresionistas plásticos figurativos y abstractos.
En el apartado compositivo, los diversos tipos de forma adquieren un valor cualificado. Así, las formas cerradas individualizan los elementos haciéndolos fácilmente aprehensibles. Sus estructuras son concisas, claras, penetrantes e incisivas, y permiten que el espectador las visualice por separado. Se crea una cierta distanciación entre el espectador y la obra. [FIGURA 2]
Por el contrario, las formas abiertas globalizan los elementos. Son indeterminadas, indefinidas, lo que permite una mayor subjetivización e imaginación por parte del espectador.
Las formas las podemos dividir también en decorativas y especulativas. Las primeras añaden a la estructura formal multitud de elementos que nosotros consideramos accesorios en toda obra obra de arte. Es obvio, por supuesto, que la plasmación plástica de un rey se ha de hacer con una serie de elementos ornamentales propios del personaje, pero éstos pueden potenciarse ad infinitum o reducirse a un mínimo. Los antes aludidos momentos de crisis, a los que añadiríamos momentos de autoafirmación social -por ejemplo, el Modernismo-, inciden en este decorativismo que enmascara las formas artísticas. Coincidimos con Francastel en que lo que constituye la obra de arte no son los detalles.
A través de la Historia, podemos ver formulaciones en las que la forma en sí misma se convierte en objeto del cuadro. Se especula con ella. La relación sería exhaustiva, pero, por proximidad, cabe citar a Massaccio, Piero della Francesca, Georges Latour, Cézanne, los cubistas, Mondrian… Para ellos lo que interesa no es el tema, sino las formas que lo constituyen.
Hemos definido dos extremos del proceso creador sin entrar en matizaciones intermedias de gran interés. Así, Velázquez formula su obra de una manera especulativa, sin olvidar una cierta ornamentación necesaria. Su virtud consiste en que logra la fusión idónea entre la esencia formal y los elementos que llamamos añadidos.
Toda obra de arte, en definitiva, puede reducirse a formas geométricas. La estructura de los elementos es fundamental y su olvido por parte del pintor conduce a resultados nefastos. El círculo, el cuadrado, el triángulo, el rombo, el prisma, el cubo… están presentes en los elementos de un cuadro; sólo que algunos pintores los resaltan y otros los enmascaran con multitud de detalles. A nivel expresivo no podemos olvidar la utilización de la línea recta o curva. La primera confiere estabilidad en su uso vertical u horizontal, mientras que en diagonal dinamiza el objeto. La curva es siempre dinamizadora, a excepción de su formulación en círculo, que consigue una gran estabilidad. La recta, a nivel conceptual, expresa seguridad, mientras la curva es mayoritariamente definidora de inestabilidad.
Podemos expresar que al momento de analizar una obra artística se intervienen diferentes formas de observación, en donde buscamos identificar elementos para darle un mayor sentido a la misma.
Sin embargo, en ocasiones no encontramos un sentido en la misma, razón por la que se sugiere realizar varias observaciones desde diferentes puntos de vista para así asimilar los elementos que la conforma de la mejor forma. Realizando:
- Observaciones objetivas.
- Observaciones subjetivas.
- Observaciones abstractas.
- Observaciones analíticas.
- Entre otros...
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