Respuestas
Respuesta:
El siglo xviii se inició para España con una serie de cambios importantes. En 1700 sucedió la muerte de Carlos ii y concluyó para el imperio español el reinado de los Habsburgo. Comenzaba entonces, con la ascensión al trono español de Felipe de Borbón, un nieto de Luis xiv, el tiempo de la dinastía de los Borbones, la casa reinante en Francia. El nuevo monarca tomó el nombre de Felipe v. Este cambio de dinastía significó para el imperio español el inicio de una serie de transformaciones. Una de ellas, en verdad significativa, fue la apertura de España hacia el mundo. En efecto, desde el reinado de Felipe ii en el siglo xvii, el imperio español se había constituido en un universo cerrado, impermeable a las ideas que se generaban más allá de sus fronteras.
Coincidió esta apertura con un momento señaladamente importante para la cultura europea. Se trata del surgimiento de la Ilustración, que más que una teoría o una doctrina fue una nueva manera de ver las cosas, de aprehender el mundo, de concebir la vida. El principio de ello fue la libertad de la razón.
La riqueza intelectual que prohijó la Ilustración tomó distintas características en cada país, pues dado que sus alcances implicaban formas novedosas de pensar la vida, se ancló en las delicadas urdimbres culturales de cada reino. En el caso particular de España la influencia francesa no se hizo esperar y se introdujo en los círculos sociales, de tal forma que comenzó a observarse un afrancesamiento que recorría diversos ámbitos de la cultura, desde la moda hasta la producción intelectual.
El afrancesamiento alcanzó a la Nueva España. En el vestido de las clases pudientes comenzó a notarse una serie de cambios. El virrey duque de Alburquerque no se conformó con introducir la moda francesa en la corte virreinal y rediseñó los uniformes de los soldados de su guardia. Muy pronto comenzaron a llegar a la Nueva España sastres, peluqueros y pasteleros requeridos para hacer factible el tan anhelado afrancesamiento.
Por lo que toca al ámbito intelectual, la penetración del espíritu de las Luces no fue tan rápida como ocurrió con la introducción de las modas y las comidas. Los funcionarios que llegaban de España empezaron a influir, de maneras muy diversas, en la cultura imperante en estas tierras. Sin duda las tertulias que pronto comenzaron a organizar los virreyes fueron ámbitos en los que fluyeron a raudales las corrientes ilustradas. A ello debe agregarse la llegada de viajeros cultos que participaban plenamente del espíritu de las Luces. Incluso los militares destacados en Nueva España constituyeron elementos de irradiación de las nuevas ideas.
Durante los primeros decenios del siglo xviii las instituciones educativas –la universidad y los colegios– encargadas de formar a las nuevas generaciones no fueron precisamente permeables a las ideas que venían de más allá de los Pirineos. Durante ese tiempo los jóvenes novohispanos siguieron formándose en la escolástica, pues sus maestros veían con malos ojos la filosofía moderna. Fue en el seno de la Compañía de Jesús donde comenzaron a observarse algunos destellos que anunciaban un cambio en los programas de estudios. En efecto, hombres de la talla de Campoy, Alegre, Abad y Clavijero, entre otros, cada uno a su manera, pusieron sus empeños en lograr cambios importantes en lo que los colegios de su instituto religioso enseñaban a los jóvenes que en ellos se formaban. Esta obra, difícil y no siempre grata, pues la resistencia con la que se encontraron les valió muchos sinsabores, se vio truncada por uno aún mayor. En 1767 la Compañía de Jesús, por razones que todavía se discuten, fue expulsada de todos los reinos del imperio español.
La empresa intelectual quedó en manos de prominentes miembros de la congregación de San Felipe Neri. De ellos, el ejemplo más notorio es el de Benito Díaz de Gamarra, quien a su regreso de la Universidad de Pisa, Italia, donde obtuvo el grado de doctor, fue uno de los más fuertes impulsores de la nueva filosofía que con su obra sentó sus reales en las instituciones educativas.
La escritura de la historia no fue ajena a este proceso, pues a lo largo del siglo xviii dio frutos valiosísimos que se debieron a las plumas de prominentes historiadores. Podría hablarse incluso de una generación, pues sus principales exponentes nacieron en distintas ciudades de la Nueva España entre 1718, cuando vio la luz Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, y 1739, cuando vino al mundo Andrés Cavo. Entre estas fechas límite nacieron Francisco Javier Alegre en 1729, Francisco Javier Clavijero en 1731 y Antonio León y Gama en 1735. Esta información no debe ser desdeñada pues significa que todos ellos produjeron sus obras en la época en que estas regiones veían florecer las ideas ilustradas.