Respuestas
Respuesta:
Edmundo O’Gorman
Anterior
Up
Siguiente
El fervor desmitificado
Consideración inicial
A lo largo de más de medio siglo de fructífera labor, Edmundo O’Gorman abordó con creatividad admirable una serie de cuestiones que él mismo designó como ontológicas.[1] Es sabido que lo hizo desde una perspectiva singular, buscando de manera consciente y constante eludir el fantasma del esencialismo. Desde temprano, y a partir de una nutrida serie de lecturas –además de las obras de Ortega y Gasset, cabe mencionar varios libros traducidos del alemán y de otras lenguas europeas en la España de la edad de Plata, especialmente bajo el sello de la Revista de Occidente, así como también las primeras aportaciones de Raymond Aron–, O’Gorman hizo suyo el postulado según el cual las entidades históricas no debían conceptuarse como esencias dadas, a las cuales simplemente les suceden cosas, sino que habían de ser pensadas como criaturas del proceso histórico –criaturas cuyo ser es su historia–. Poco más tarde, en pleno corazón de la década del cuarenta, O’Gorman asistió al curso en el cual Gaos explicó Ser y Tiempo; cabe sostener que aquella toma de contacto con la obra mayor de Heidegger reforzó su sensibilidad historicista, orientándola en una dirección especial.
Es así posible hablar de una distintiva preocupación ontológica en O’Gorman, pero advirtiendo enseguida que se trata de una orientación ontológica de impronta historicista, muy vinculada a la tentativa de llevar al terreno de la labor historiadora la preocupación por el perfilamiento de una ontología no eleática: O’Gorman es, quizá, el historiador latinoamericano contemporáneo que más claramente hizo de semejante preocupación el criterio rector de su quehacer, llegando a concebirla como una cuestión a ser situada no sólo en el plano de la reflexión especulativa, sino además en los niveles de la investigación y la escritura históricas. Es debido a la presencia de este conjunto de rasgos en sus elaboraciones que O’Gorman ha sido caracterizado como el historiador filósofo;[2] y es que, desde su perspectiva, decir el ser de una determinada entidad equivale a decir su historia, historia que se considera no como algo ajeno al historiador, sino, por el contrario, como algo significativo para él, como la historia de algo que en última instancia es de él –se trata, ni más ni menos, que de su pasado…: la historia vendría a ser, así, en sus heideggerianas palabras, un recordar ontológico–.
Entre las cuestiones ontológicas abordadas por O’Gorman destacan dos: la del ser de América y la del ser de México; no es excesivo sostener que ellas fueron sus principales obsesiones intelectuales. En las páginas que siguen voy a plantear y a tratar de sustentar una serie de hipótesis relativas al modo en que O’Gorman fue pensando ambas cuestiones, en última instancia indisociables; procuraré hacerlo con base en un criterio historicista radical, análogo al seguido por O’Gorman en sus propias investigaciones –por ejemplo, y muy señaladamente, en su magnífico estudio preliminar a la obra guadalupana del padre Servando Teresa de Mier, el heterodoxo guadalupano–.[3] Sucede, en efecto, que así como la posición del padre Mier en relación con la tradición guadalupana no fue una ni la misma a lo largo del tiempo, las posiciones de O’Gorman sobre el ser de América y el ser de México no estuvieron dadas de una vez y para siempre, sino que fueron recortándose y articulándose en un proceso abierto, complejo y creador, signado, desde el inicio, por una notoria sed de heterodoxia, y surcado, en general, por diversos matices, pliegues y deslizamientos y, también, hacia el final de su itinerario, por una develación o viraje estremecedor, que contiene entre sus rasgos definitorios un doble impulso al que llamaré, por razones que irán quedando claras a lo largo del desarrollo, de apostasía y