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El reconocimiento de que Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios, es decir, la doctrina de las dos naturalezas, fue establecido en el concilio de Calcedonia (451 d.C.). Esta doctrina de la doble naturaleza de Jesús trasciende el horizonte de la experiencia y la imaginación humana; se trata de un misterio.
La encarnación del Hijo de Dios está descripta en Filipenses 2:6-8 como una humillación de sí mismo: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".
Jesús compartió con los hombres todo el espectro de las sensaciones físicas y psíquicas. Como ser humano tenía un cuerpo y sus respectivas necesidades. Lucas 2:52 informa que Jesús crecía en sabiduría, estatura y gracia para con Dios y los hombres. Se alegró con los felices en la boda de Caná. Sufrió con los tristes y lloró cuando Lázaro había muerto. Tuvo hambre cuando estaba en el desierto; tuvo sed cuando llegó a la fuente de Jacob. Padeció el dolor bajo los azotes de los soldados. Cuando estuvo frente a la muerte en la cruz, confesó: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte" (Mt. 26:38).
Jesucristo es realmente verdadero hombre; lo afirma Hebreos 4:15. Aquí al mismo tiempo se destaca la diferencia con todos los demás hombres: Él no tiene pecado.
En la misma medida, Jesucristo es verdadero Dios.
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