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Explicación: la práctica de la historiografía no sólo es una reconstrucción metódica de las diferentes representaciones de un pasado, sino también la pericia formal y estética de una operación científica particular, queda bien demostrado por la obra que Fernando Devoto y Nora Pagano intitularon de manera clásica Historia de la historiografía argentina y que Editorial Sudamericana publicó en la colección “Historia Argentina” que dirige José Carlos Chiaramonte. Este trabajo cuyo título podría prefigurar, engañosamente, las aristas de un manual, lejos está de serlo y por varias razones no tan evidentes que, sin embargo, son las que actualmente se esperan de una empresa de estas características. En primer lugar, porque la nitidez del discurso empleado (que, de acuerdo con las exigencias de la colección, debe dirigirse a un público amplio donde ciertamente también estén incluidos los propios historiadores), nunca se traduce en un recurso con miras pedagógicas o apologéticas. Si bien la obra puede ser utilizada como un libro-instrumento, sus objetivos prácticos no excluyen ni las ambiciones intelectuales ni la seducción literaria que, por lo general, suelen estar ausentes frente a las urgencias de todo manual. En segundo lugar, porque los seis momentos historiográficos estudiados no son exhibidos como escansiones de un sentido mayor a cuyo fin tienda la uniformización de un modelo señero de hacer historia. Cada una de las “tradiciones historiográficas” (tal el rumbo de la exposición tomado por los autores) es concebida como un universo particular de ideas que, si bien cuenta con su propia genealogía y una lógica de perdurabilidad más o menos confesa por parte de sus actores, no por ello es presentada como un dispositivo teleológico cuya supuesta maduración alguna vez será definitiva. En tercer lugar, los autores tampoco hacen de aquellos proyectos historiográficos modelos irreversibles de interpretación, sino que los convierten en espacios porosos de exploración epistemológica de los que, a su vez, extraen y arrojan múltiples pistas de investigación. Así, antes que una guía orientadora, esta obra es una inmensa cartografía a partir de la cual es posible practicar, en términos de Michel de Certeau, una verdadera caza furtiva donde el lector, al modo de un braconnier que recorre campos que no ha escrito, se apropia de los textos introduciendo en ellos la diferencia de lo múltiple en un ejercicio creativo de apropiación1. Finalmente, mientras que, por un lado, los resultados dan muestra de la innegable sofisticación metodológica con que desembarca la historiografía argentina a principios del nuevo siglo, por otro, no sólo indica, subterráneamente, las vías que permitirían perfeccionar los límites de tal abordaje y aún reconfigurarlo, sino también la autonomía que han alcanzado los estudios historiográficos como espacios específicos de investigación dentro del paisaje intelectual argentino de las últimas décadas.