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Pero esta política ha desembocado en una crisis. Junto con la baja de los precios de las materias primas, la economía se debilita, los gobiernos pierden el apoyo de la población e intentan, ante todo, salvarse a sí mismos, al tiempo que la pobreza vuelve a aumentar2. Las últimas elecciones en Venezuela y Argentina o la destitución de la presidenta brasileña Dilma Rousseff no dejan lugar a dudas: la izquierda gobernante se enfrenta, tras más de una década en el poder, a serios problemas. Es probable que haya tenido en los últimos 15 años la oportunidad del siglo para avanzar por el sendero del desarrollo y alcanzar mayores niveles de independencia del mercado mundial y de las materias primas, pero hoy esa oportunidad vuelve a alejarse y esto coloca a la región ante nuevos desafíos.
Las economías latinoamericanas se vieron afectadas tendencialmente por la crisis según su grado de integración en el mercado mundial y su interconexión con los mercados financieros internacionales, o su grado de dependencia de los EE. UU. (Sangmeister, 2010). Entre los países más afectados se hallan, en primer lugar, los de América del Sur. Sus economías, en gran parte centradas en la explotación de materias primas, sufrieron las consecuencias de la reducción de la demanda en el mercado mundial causada por la recesión u otros factores. Esa reducción de la demanda fue además sensible desde el punto de vista político, dado que los Gobiernos, en gran parte de vertiente socialdemócrata, con frecuencia utilizaban los ingresos de las exportaciones para financiar amplios programas sociales con el fin de asegurarse el apoyo político de las capas más desfavorecidas de la población, principales perjudicadas por los programas de ajuste de los años 90.