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Respuesta:
El pie constituye la parte final e inferior de una extremidad -la pierna- que soporta todo el peso del cuerpo y permite la función de locomoción, tan importante para el ser humano. Por sus características y por la complejidad de su composición -huesecillos pequeños, articulaciones, ligamentos, nervios y circulación- resulta ser una zona delicada y proclive a sufrir distintas patologías y lesiones. Hay que tener en cuenta, además, que esta anatomía tan compleja se encuentra acoplada en una zona del cuerpo más bien pequeña para las dimensiones de la función que realiza.
El calzado tiene la misión de proteger el pie de las inclemencias del tiempo -frío, humedad, lluvia, barro…-, de las irregularidades del terreno, de los golpes, roces, heridas, etc. La importancia de utilizar un buen calzado, por tanto, no es solo cuestión de estética; la salud es un aspecto, en este sentido, que no se debe descuidar.
La utilización del tipo correcto de calzado afecta directamente en el bienestar del pie e incide indirectamente en el apropiado funcionamiento de las articulaciones, columna vertebral y cuello. En efecto, muchas de las deformaciones de los pies y de las patologías del aparato locomotor y circulatorio son consecuencia de haber usado un calzado inapropiado durante largos períodos de tiempo.
Características que debe tener el calzado
Aunque todo depende de la edad, la situación, el momento, las características o el tipo de actividad de cada persona en concreto, se puede afirmar que, de forma general, las características que deben tenerse en cuenta a la hora de comprar el calzado giran entorno a cuatro aspectos principales: el material, la forma, el número y la altura.
En cuanto al material, se recomienda que sea transpirable para evitar la humedad producida por la sudoración, así como el calentamiento y consecuente ablandamiento del tejido epitelial del pie. Si el zapato es transpirable, pueden evitarse en parte las rozaduras y los hongos, por ejemplo, ya que se evita el calor y la humedad. La piel y las telas suaves suelen dar buen resultado. Es importante que no esté fabricado con tejidos ásperos y costuras internas que puedan erosionar el pie.
La suela del zapato debe estar formada por un material blando y flexible para amortiguar posible espolones y callos en la planta del pie. El grosor de la suela conviene que sea mediano; ni demasiado fino porque no protegería de las irregularidades y pequeños objetos del suelo -chinarros, por ejemplo-; ni demasiado grueso porque limitaría la movilidad del pie.
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El pie constituye la parte final e inferior de una extremidad -la pierna- que soporta todo el peso del cuerpo y permite la función de locomoción, tan importante para el ser humano. Por sus características y por la complejidad de su composición -huesecillos pequeños, articulaciones, ligamentos, nervios y circulación- resulta ser una zona delicada y proclive a sufrir distintas patologías y lesiones. Hay que tener en cuenta, además, que esta anatomía tan compleja se encuentra acoplada en una zona del cuerpo más bien pequeña para las dimensiones de la función que realiza.
El calzado tiene la misión de proteger el pie de las inclemencias del tiempo -frío, humedad, lluvia, barro…-, de las irregularidades del terreno, de los golpes, roces, heridas, etc. La importancia de utilizar un buen calzado, por tanto, no es solo cuestión de estética; la salud es un aspecto, en este sentido, que no se debe descuidar.
La utilización del tipo correcto de calzado afecta directamente en el bienestar del pie e incide indirectamente en el apropiado funcionamiento de las articulaciones, columna vertebral y cuello. En efecto, muchas de las deformaciones de los pies y de las patologías del aparato locomotor y circulatorio son consecuencia de haber usado un calzado inapropiado durante largos períodos de tiempo.
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