¿Le parece que la democracias: De Atenas, y actual, son verdaderas democracias? Justifique la respuesta, mínimo cuarenta palabras.
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Una de las cosas que más antipáticas me resultan del 15M es la sobreabundancia de discursos del tipo «todo va mal, pero todo podría ir bien si…». Si gobernase «el Pueblo» en vez de «los mercados», si repudiásemos la deuda, si ajusticiásemos a los banqueros en la plaza Mayor, si tuviésemos asambleas populares en lugar de partidos políticos, si hubiese dación en pago, si tuviésemos listas abiertas / circunscripción única / referendos electrónicos cotidianos / escriba ud. aquí su reivindicación…. si volviésemos a la democracia prístina de los atenienses. La apelación a una idealizada democracia griega se ha convertido en uno de los mantras del movimiento. Esto, unido al «método etimológico», creer que el nombre de las cosas determina o ha de determinar su naturaleza de manera unívoca -o sea, que la verdadera democracia no puede ser otra cosa que el gobierno directo, y cuanto más directo, mejor, del «pueblo»- ha generado en estos meses abundantes dosis de
cháchara democratista, de las que este artículo en El País no es sino el último ejemplo.
Por supuesto, la mención de esa mítica Atenas no es sino el elemento central del «relato de la caída» esencial a todo mesianismo político. Había una vez una democracia de verdad, pero perdimos el rumbo. En este caso, por la «traición» -el también inevitable Dolschtoss– de la «casta política» aliada a los banqueros, entregada a los mercados, etc. El problema es que probablemente no haya un régimen menos susceptible de ser tomado como modelo para una moderna democracia de masas viable que la democracia ateniense, y quienes con tanto ahínco se empeñan en lo contrario probablemente no tienen con la Grecia antigua otro contacto que los deformantes espejos de Hannah Arendt -en el mejor de los casos-; e incurren en todo caso en la falacia, tan común en política, de juzgar la democracia moderna por lo que es en realidad y la antigua por lo que pretendía ser, o por lo que erradamente creen que era.
En primer lugar, como muchos han señalado ya, la democracia ateniense no puede desligarse sin falsear la argumentación del sistema social que la sustentaba y que permitía una clase de ciudadanos con tiempo y autoridad para deliberar. Esto atañe no sólo a la importancia de la mano de obra servil, sino a la propia estructura de la sociedad, basada en la potestad del varón dentro de la familia extensa y que no puede ser más ajena a nuestras propias concepciones posmodernas sobre la libertad, la autonomía y la autorrealización personales, la voluntad individual como elemento central de la decisión política, etc. En realidad, cuando ignoran tan profundas diferencias, los indignados helenófilos no hacen sino seguir la corriente de la tradición política occidental que desde la Edad Moderna se pretende heredera directa de la Antigüedad clásica; olvidando su pasado, menos glorioso pero igualmente real, y a menudo más importante, en las instituciones medievales y en la filosofía política cristiana, en las cortes, los
señoríos y los obispados feudales, en las «selvas de Germania». Nuestra concepción de lo político y nuestras herramientas conceptuales deben tanto o más a la política medieval que a la Antigüedad clásica; y como muestra de hasta qué punto hacernos herederos directos de griegos y romanos no es más que un mito político, consideremos por ejemplo la relación entre religión y política. Un libro reciente de Francis Oakley, Empty Bottles of Gentilism, explora la institución de la realeza sagrada y su crisis con la llegada del cristianismo, y pone de manifiesto una vez más algo que ya está presente en las páginas de un clásico como Fustel: la política en la Antigüedad nunca fue secular en sentido moderno, sino íntimamente dependiente de las religiones agrarias y de sus
ciclos anuales; e incluso cuando los reyes fueron expulsados de las ciudades antiguas, sus funciones político-religiosas quedaron en manos de magistrados-sacerdotes como el arconte basileus (rey), el rex sacrorum, el pontifex maximus o los flámines. Las monarquías helenísticas, y su versión romana imperial, recuperarán el carácter sacro de la realeza, que no se diluye hasta la Edad Media.
Explicación:
Denada! (me merezco una coronita no?)
Respuesta:
1. ¿Te parecen la democracia Griega, Ateniense, y Romana verdaderas democracias? Sustenta tu respuesta.