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aDonald Trump apenas lleva una semana en la presidencia de Estados Unidos y no ha dudado en poner en marcha las promesas más polémicas de su campaña electoral. Su discurso xenófobo y proteccionista está empezando a ser una realidad con la firma compulsiva y amenazante de decretos, con los que promete establecer un nuevo terreno de juego en las relaciones comerciales internacionales.
Ya ha decidido la retirada de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), al que el país no había llegado a sumarse, la renegociación del tratado de libre comercio con sus vecinos México y Canadá (NAFTA) y la construcción del muro fronterizo con México asegurando, que de un modo u otro, pagarán los ciudadanos mexicanos, lo que ya le ha costado una primera crisis diplomática con su vecino y socio comercial del sur, al que no está dudando en humillar. Todo para responder al machacón lema de “América primero”, que también le va a llevar a reducir los impuestos a las empresas que producen en Estados Unidos. En definitiva, se trata de medidas encaminadas claramente a proteger los productos estadounidenses frente a la competencia global, con la promesa de que esta política impulsará el empleo y el crecimiento económico.
Trump ha puesto el foco en China y México –sus dos grandes socios comerciales junto con Canadá– a los que amenazó en campaña con aranceles respectivos del 45% y el 35% sobre sus importaciones, en lo que sería una verdadera declaración de guerra comercial. La tarifa que ya se estudia para México es del 20%, según ha anticipado la Casa Blanca. Y aunque surgen serias dudas sobre la posibilidad real de aplicar tales aranceles y sobre el alcance último de sus promesas electorales, lo cierto es que Trump va a romper el equilibrio actual del comercio mundial con su defensa a ultranza del proteccionismo, incluso a costa de dinamitar las relaciones diplomáticas.
La relación comercial de EE UU con México y Chinaampliar foto
Carlos Cortinas
El impacto económico
El nuevo presidente de EE UU ya ha marcado cuál va a ser su hoja de ruta, sin que su discurso proteccionista haya hecho temblar a los mercados. Aun al contrario, la batería de medidas con las que quiere favorecer a las empresas estadounidenses propició esta semana que el Dow Jones alcanzara la cota histórica de los 20.000. Ha sido el punto culminante para un ascenso bursátil que se ha fraguado durante el mandato de su antecesor, Barack Obama, en el que han mejorado progresivamente los resultados empresariales y el empleo.
Salvo una primera reacción de inquietud inicial, los inversores no tienen sobre la mesa un escenario de guerra comercial, aunque la agresividad del discurso de Trump y la línea de sus primeras medidas sí obligan a contemplarlo. De hecho, de cumplir a rajatabla con su programa electoral, Trump desataría un terremoto económico global con indudable repercusión en la Bolsa y la deuda. Como advierte UBS, que concede un riesgo medio al alza del proteccionismo, “elevar las barreras al comercio es negativo para el crecimiento y puede neutralizar los beneficios potenciales de elevar la producción doméstica”.
En definitiva, un endurecimiento drástico a las importaciones por parte de la mayor economía mundial crearía un intenso efecto en cadena con repercusiones a nivel interno –más inflación en EE UU por el encarecimiento de las compras del exterior, aceleración del alza de tipos y freno al crecimiento– y a nivel global, con presión adicional sobre las divisas emergentes y el crecimiento mundial. “Los aranceles son inflacionistas por definición, crean una espiral que termina por dañar el consumo”, explica Roberto Ruiz-Scholtes, director de estrategia de UBS en España. En su opinión, la probabilidad de una imposición generalizada de aranceles –desatada por EE UU y a la que responderían el resto de países– oscila entre el 20% y el 30%, un porcentaje mayor al 15% que concede BBVA a un escenario de guerra comercial o al 10% que le otorga Pictet.