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Respuesta:
Pues bien, como iba diciendo, el emperador se acostó.
—Chevalier, cierra los postigos y corre esas cortinas antes de retirarte —le ordenó a su ayuda de cámara.
Chevalier hizo lo que se le pedía. Luego tomó el candelabro y abandonó la habitación.
Poco después al emperador le pareció que la almohada estaba algo dura y se incorporó para ahuecarla. Entonces oyó un crujido junto a la cabecera de la cama. Su majestad aguzó el oído, pero todo estaba en silencio, de modo que volvió a tumbarse.
Justo cuando acababa de encontrar una postura cómoda, le importunó una sed repentina. Apoyándose en el codo, cogió una copa de limonada de la mesilla de noche y bebió un prolongado sorbo. Al devolver la copa a su sitio, oyó un grave gemido que provenía del ropero que ocupaba una de las esquinas del aposento.