¿A través de qué se contagiaban en la Edad Media y ahora cuáles son los medios de contaminación?
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En 1266, en plena expansión comercial de la Europa medieval , los jefes mongoles de la Horda de Oro cedieron a los comerciantes genoveses tierras para que se asentasen de forma permanente en Caffa (la actual Feodosia), ciudad mercantil situada al sur de la península de Crimea. Los italianos construyeron allí plazas fortificadas para asegurar sus mercancías y mantuvieron intercambios con los mongoles durante varias décadas. Sin embargo, al inicio del siglo siguiente, una conversión al islam a gran escala fragmentó el Imperio, y la presencia de cristianos empezó a verse con una creciente hostilidad.
En 1343, Yanibeg, el kan de Kipchak, ordenó expulsar a todos los europeos de la península. Logró ocupar la ciudad de Tana (en la costa del mar de Azov, donde los italianos habían construido un consulado y abundantes puestos comerciales), pero fracasó en su intento de rendir Caffa, cuyo cerco repitió en 1346 con renovadas energías. Según cuenta el notario italiano Gabriel de Mussis, en medio del asedio, una gran epidemia de peste que se había originado en el interior del continente empezó a mermar las hordas del kan. Los fieros guerreros mongoles, con la piel amoratada, fallecían con rapidez entre fiebres súbitas y pútridos bubones, que crecían deformes en sus ingles y sus axilas. Parecía como si una cólera divina se hubiera desencadenado la epidemia de pronto sobre los infieles.
El cronista se vio entonces en el dilema de explicar cómo aquel castigo de Dios se propagaba también entre los sitiados, cristianos que contaban con el favor del Señor. Y lo resolvió exagerando la barbarie pagana: “En vista de ello, los tártaros, agotados por aquella enfermedad pestilencial y derribados por todas partes como golpeados por un rayo, al comprobar que perecían sin remedio, ordenaron colocar los cadáveres sobre las máquinas de asedio y lanzarlos a la ciudad de Caffa. Así pues, los cuerpos de los muertos fueron arrojados por encima de las murallas, por lo que los cristianos, a pesar de haberse llevado el mayor número de muertos posible y haberlos arrojado al mar, no pudieron ocultarse ni protegerse de aquel peligro. Pronto se infectó todo el aire y se envenenó el agua, y se desarrolló tal pestilencia que apenas consiguió escapar uno de cada mil”, escribe en su relato de la plaga de 1348.
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