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En la historiografía contemporánea se ha señalado a la Revolución rusa como el momento inaugural de un ciclo revolucionario. Evidentemente esta propuesta es correcta porque a pesar de que en Europa acabaron siendo derrotados los intentos revolucionarios que se produjeron en algunos países europeos siendo el más trascendente el caso de Alemania, entre 1918-1923, la Revolución rusa se vio continuada por otros procesos revolucionarios fuera de Europa, algunos de ellos comenzados en el período de entreguerras como en China, o durante la segunda mitad del siglo XX como los casos de Cuba y Vietnam. Incluso podría considerarse el proceso de descolonización verificado después de la Segunda Guerra Mundial como parte del mismo ciclo, no sólo porque desde sus inicios la Revolución rusa consideró la lucha antiimperialista y anticolonial como parte inseparable de lucha contra el dominio del capital, sino porque se produjo un verdadero cambio en la estructura política mundial porque en muchas de las antiguas colonias la liberación nacional fue liderada por organizaciones políticas que decían identificarse con los principios ideológicos de la Revolución rusa.
Sin embargo, en este breve texto quisiera plantear, como esbozo, que la Revolución rusa, también recogió toda una tradición de cuestionamiento crítico de los sistemas de dominación existentes no sólo en el imperio ruso sino en todo el continente. Por lo tanto, no sólo inauguró un ciclo revolucionario, sino que fue el depositario activo de una lucha de clases continental que se había iniciado con la gran Revolución francesa, y dentro de esta especialmente de su período más radical, el bienio 1793-94. Luchas e ideas que vieron su continuidad en las movilizaciones y estallidos revolucionarios que jalonaron el siglo XIX. Desde los cartistas británicos, hasta las grandes huelgas por el sufragio universal de los obreros belgas, italianos, suecos y austríacos a finales del siglo XIX, pasando por los obreros franceses, alemanes, húngaros y austríacos de las jornadas de 1848, fueron señalando en sus movilizaciones y en el debate y reflexión sobre la naturaleza de la civilización del capitalismo que se imponía progresivamente en todos los ámbitos de la vida afecta tradiciones, costumbres y valores construidos pacientemente por las clases subalternas en su lucha contra la explotación y la dominación social y política, defendiendo eso que Edward Palmer Thompson denominó como la “economía moral de la multitud”.
Por lo tanto, se trata de que las características de un largo proceso histórico, y por lo tanto contingente, conformado por las experiencias de la lucha de clases, que permitieron a sus protagonistas formular mediante la deliberación y la praxis colectiva cuales eran los objetivos y los principios cuya consecución y objetivación permitiría, en primer término, la defensa efectiva contra la explotación y el dominio ejercido por la clase capitalista, así como pasar al derrocamiento del capitalismo y el paso a una sociedad sin clases, sin explotados. Esa cultura política que se fue elaborando como producto de la lucha de los explotados, se resume en la conquista de la democracia a través de la acción política y social de la clase explotada organizada. Esa democracia implica la capacidad de deliberación isonómica y autocontrol colectivo de las condiciones de vida y trabajo, así como de su desarrollo autónomo, que se resume en la expresión utilizada por Marx y Engels: "asociación libre de productores iguales". Esa democracia se expresó prácticamente con la Comuna de París de 1871, al funcionar como una corporación legislativa y ejecutiva al mismo tiempo, sustituyendo el parlamentarismo representativo de las repúblicas liberales y monarquías constitucionales. Como planteaba Lenin, no se trataba de suprimir los sistemas representativos sino de convertirlos en órganos sometidos al control constante de los ciudadanos, y por lo tanto legislativos y ejecutivos al mismo tiempo.[1]
Esta unidad de concepción-ejecución (deliberación legislativa-realización de lo resuelto) que es el núcleo fundamental de la Comuna de París, así como el de los soviets de 1905 y 1917 como órganos políticos, es una extensión al ámbito de ámbito estatal de la concepción del trabajo no alienado que defendían desde el primer momento los obreros de oficio sometidos al modo de producción del capitalismo, ya a partir del primer tercio del siglo XIX, o sea la autonomía obrera en la construcción primero mental de los objetivos y métodos del proceso de trabajo para luego llevarlos a la práctica.
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pues seguirian trabajando
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esparo que te ayude ;)