Me pueden hacer un cuento inventado de cualquier cosa que sea solo en una pagina y que sea largo
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Dice una vieja historia que hace muchísimos años, en lo más profundo de la selva del Ecuador, vivía un sapo diferente a los demás sapos del mundo porque tenía una peculiaridad: si alguien le molestaba o se burlaba de él, se convertía en tigre y atacaba sin piedad.
Tan solo algunos ancianos afirmaban haberlo visto cuando eran niños, así que para la mayoría de los indígenas de los poblados cercanos al Amazonas el extraño animal era como un ser de leyenda que se ocultaba en la jungla. Eso sí, sabían que existía porque a veces, amparado por la noche, cantaba a grito pelado desde su escondite:
– ¡Kuartam – tan! ¡Kuartam – tan! ¡Kuartam – tan!
Como ‘Kuartam – tan’ era lo que repetía sin cesar, con el nombre de sapo Kuartam se quedó.
Según cuentan, un joven de la tribu shuar llamado Nantu quiso salir una noche a cazar. Antes de abandonar el hogar, su esposa le advirtió:
– Ten mucho cuidado ahí fuera, y por favor, si ves al sapo Kuartam ni se te ocurra burlarte de él. ¡Ya sabes la mala fama que tiene por estos lugares!
– ¡Bah, tonterías! Estoy seguro de que eso de que se convierte en tigre es pura invención, pero ¡quédate tranquila! Te prometo que si me lo encuentro no le diré nada y pasaré de largo.
Nantu dijo esto al tiempo que mostraba una sonrisa pícara que no gustó demasiado a su mujer.
– Nantu, insisto en decirte que no seas irresponsable.
El chico guiñó un ojo y le propinó un sonoro beso en la mejilla.
– ¡Confía en mí! Y ahora me voy que se hace tarde… ¡Estaré de vuelta antes de medianoche!
Bajo la luz de la Luna el joven deambuló por la selva tropical apartando la frondosa vegetación con un afilado machete y fijándose bien por si aparecía alguna posible presa. Desgraciadamente no vio más que una serpiente y dos o tres ratones diminutos correteando de un lado para otro.
– Aquí no hay bicho que me pueda servir de comida… ¡Vaya manera de perder el tiempo!
Pasado un rato llegó a un claro y se tumbó en el suelo a descansar. Le dolían los músculos, pero sobre todo estaba aburrido de dar vueltas y vueltas sin obtener resultados Como llegue a casa con las manos vacías el menú de mañana será fruta para desayunar, fruta para comer y fruta para cenar. ¡Voy a acabar odiando los cocos y las bananas!
De repente, dejó de lamentarse porque una idea de lo más divertida pasó por su cabeza.