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entre las muchas unidades de producción agrícola sobresalieron la hacienda y la plantación. La primera era una explotación de un solo propietario, con escasa inversión de capital, en la que unos trabajadores asalariados producían alimentos para un mercado cercano. Generalmente era mixta, agrícola y ganadera, y su mercado próximo una urbe o un centro minero. La hacienda apareció en el siglo XVII coincidiendo con la crisis de los envíos de metales preciosos a España, el máximo decrecimiento de la demografía indígena y el hundimiento de la encomienda, por lo que se la ha relacionado con ellos. Para la formación de la hacienda hicieron falta tres factores esenciales: inversión de pequeños capitales en agricultura (quizá trasladados de la minería), existencia de una mano de obra asalariada (mestizos y forasteros) y demanda de alimentos motivada por el crecimiento de los centros urbanos y por los reales de minas. La existencia de complejos mecanismos para retener la mano de obra (adelantos de jornal, tiendas de raya que les suministraban lo que necesitaban a cuenta, y subarriendos de parcelas a cambio de trabajo) demuestran que tal mano de obra no debía ser excesivamente abundante. La plantación fue una explotación agroindustrial, originada en el siglo XVI, en la cual se practicaba el monocultivo y la semielaboración de determinado producto (azúcar principalmente) destinado a los mercados internacionales. Exigía gran extensión territorial y una fuerte inversión de capital para la compra de instalaciones, herramientas y esclavos. Entre la hacienda y plantación existieron numerosas fórmulas intermedias.
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